Diario de León

Tocando fondo

Una mujer relata en primera persona su decisión de recurrir a la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de León para superar su adicción, una enfermedad que deja a la víctima «rota, destrozada y desesperada» que exige fuerza de voluntad y apoyos..

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León

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Hace seis años me encontré ante la puerta de Arle (Alcohólicos Rehabilitados de León). Era un día nublado. Al menos, yo así lo recuerdo. Observé la placa de la entrada: Asociación Provincial de Alcohólicos Rehabilitados de León. Me invadía el miedo y la desolación pero también tenía esperanza.

Unos días antes había llamado por teléfono. Teléfono que me facilitó mi hermana cansada de intentarlo todo. Tenía que ser yo la que diera el paso. Ellos no pueden hacerlo por ti. La decisión es sólo tuya. Darte cuenta, ser consciente y actuar es decisión tuya. Le pregunté todas las dudas que tenía. No eran pocas. Recuerdo que comencé preguntando: —¿Qué hacéis con una persona que llega a la asociación? Hablamos de cómo era el programa, las terapias, los horarios, las fases…. La persona que estaba al otro lado del teléfono me aportó mucho más que información. Me dio esperanza, confianza, espacio, aliento y ánimo. Quedamos para vernos un día. Ese primer día que llamé a la puerta de Arle.

Me di cuenta de que había tocado fondo y acepté que necesitaba ayuda. Yo sola ya no podía. Era una situación insostenible, humillante y dolorosa. Era consciente de que tenía un problema. No tenía trabajo, me había alejado de las amistades, mi familia estaba destrozada, rota y desesperada. En definitiva: agotada. La Asociación fue un rayo de luz que entra en un día de tinieblas. Allí conocí gente maravillosa. Me di cuenta de que había más personas como yo. No estaba sola. Compartimos experiencias, sentimientos y emociones. Te sabes comprendida y querida. Están en tu misma situación. Han vivido el mismo infierno que tú. Los profesionales de la asociación tienen una calidad humana desmesurada e incondicional. Ellos me enseñaron a cambiar la palabra «problema» por la de «enfermedad». Me ayudaron a soltar la culpabilidad. Esa culpabilidad sentida por todo el daño causado alrededor.

Los comienzos no fueron fáciles. Necesité aterrizar y tomar conciencia. También necesité alguna regañina. No fue hasta unos meses después cuando tuve la última ingesta de alcohol. Ese día no lo recuerdo, pero sí recuerdo el primer día del resto de mis días. Era un día soleado. Actualmente llevo cinco años y medio sin probar el alcohol. No ha sido fácil. El camino es largo y pedregoso pero hay claros de luz. Hay momentos de duda, de debilidad pero llega el día en el que lo sabes gestionar.

Mi objetivo era ocupar el tiempo y la mente en algo. En ese momento, eran mis mayores enemigos pero tenía que aliarme con ellos. Encontrar algo que me mantuviera ocupada y que a la vez me ayudara a recuperar la ilusión y las ganas de vivir. Lo que más largo se me hacía eran las tardes. Tenía que hacer algo que me gustara y que me motivara. Decidí comenzar con los puzles. Me gustaba hacer puzles. Uno sencillo, no vaya a ser que me rinda en el primer intento. Vamos a ponerlo fácil. Esa tarde la invertí en hacer ese puzle: «esta pieza no, ésta sí…ésta para aquí, ésta para allí….» ¡Terminado! ¡Conseguido! Un buen trabajo. Ese puzle me había mostrado un sentimiento que hacía tiempo que no sentía. Me sentí realizada. Por fin conseguía hacer algo bien y terminar lo que había empezado. Descubrí que si te propones algo, lo puedes conseguir. Esos primeros días en abstinencia los pasé haciendo puzles. Me gustaba hacerlos y me gustaba verlos terminados. ¡Podía hacerlo! Sólo requería tiempo, esfuerzo y actitud. ¡Se consigue! Los puzles me enseñaron a ser paciente. Volvieron a traer a la persona que un día fui. Me desvelaron las cualidades que tenía: constante, trabajadora, responsable…. Llené la casa de puzles. Cada vez iban siendo de más piezas. Los puzles forjaron una nueva persona en mí. Querer es poder.

Poco a poco, ese pequeño rayo de luz que entraba en medio de la oscuridad se fue haciendo cada vez más grande y aportando más claridad. Mi autoestima comenzaba a afianzarse. Las circunstancias comenzaron a ser favorables. Comencé a tener ilusión por vivir. Había llegado a pensar que no merecía la pena estar aquí. Empecé de cero a construir una nueva vida. El primer año todo me parecía nuevo. Comienzas a vivir y a sentir de forma real. Mi objetivo era ir sumando días. Sólo pensaba en ese día. En el momento presente. Me decía: —¡venga, un día más! ¡Hoy lo vas a conseguir!, mañana no lo sé, pero hoy sí. Y así fue como cada día se fue convirtiendo en HOY. Era un reto para mí.

Tengo mucha suerte porque tuve y tengo a mi familia a mi lado. En un principio lo hice por ellos. A pesar de mi mal obrar, estuvieron a mi lado. Creyeron en mí más de lo que yo lo hice. Apostaron por mí y no se rindieron. Confiaron en mí y no me soltaron de la mano. Poco a poco empecé a hacerlo también por mí. Ya no podía más y quería cambiar. Debía, podía y quería hacerlo. A esas personas que estuvieron y están a mi lado: ¡Gracias por creer en mí! Sin ellos no sé si lo hubiera logrado. La unión hace la fuerza.

A día de hoy soy consciente de lo que hago y soy responsable de mis actos. Hoy me siento libre e independiente.

No puedo decir que haya ganado la guerra pero sí puedo decir que he ganado muchas batallas. Porque cada día suma. Cada día cuenta.

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