Familia y familias

E ste domingo, dentro de la octava de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, que ante todo nos hace ver que la Encarnación es más que un nacimiento aislado en pobreza y exclusión. Se dice que con la Navidad el cielo se une a la tierra y lo humano a lo divino. En la casa de Nazaret tienen su acogedora estancia la armonía del Universo, el equilibrio ecológico, la concordia de la humanidad, el calor hogareño de la Iglesia y, por supuesto, la felicidad de la familia, unión de mujer y hombre, célula básica que se abre a la intimidad gozosa, al apoyo mutuo, a la fecundidad de los hijos y al amor recíproco generoso, expansivo y no contaminado por el egoísmo.

La Sagrada Familia es «maravilloso ejemplo» a los ojos del pueblo y espacio para las mejores virtudes y la unión en el amor (Or. colecta), «escuela humilde y sublime» (Beato Pablo VI) y modelo de cualquier otra familia, como «Iglesia doméstica» (Concilio Vaticano II) en la que sus miembros se unen por «el amor que es el ceñidor de la unidad consumada» (II Lectura). En Nazaret la Iglesia entera contempla en miniatura lo que ella es y debe llegar a ser. Y a la lumbre de Jesús, María y José, se caldea el camino para que la familia de todo el género humano pueda disfrutar de la gracia y de la paz divinas (Or. sobre ofrendas) y así entrevea su regreso al Paraíso que perdimos según los relatos del Génesis y que recuperaremos en los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva del Apocalipsis.

Los Obispos españoles en este año invitan a que las familias sean hogar que acoge, acompaña y sana. Como lo ha de ser la Iglesia. Y como debería llegar a ser la misma Humanidad. Cuando se minusvalora la vida, y nos devora la cultura de la insolidaridad, y son millones los heridos que quedan al borde del camino, bien nos vendrán familias, Iglesia y Humanidad que se esfuercen por ser cuna de ternura para la vida, mesa camilla para la escucha y hospital de campaña para la sanación de personas y pueblos.