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LEÓN ■ SOCIEDAD

«Vivimos indignados ante el mal, pero nos adaptamos»

El profesor de Filosofía Alberto Sucasas abre el seminario sobre el mal en León

Alberto Sucasas abre hoy el seminario. JORGE MEIS/DIARIO DE FERROL

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León

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ana gaitero | león

El mal se asume mal. Tiende a esconderse y encubrirse hasta convertirlo en mentira, autoengaño y otras cosas, incluso un milagro económico como que el que protagonizó Alemania después de la segunda Guerra Mundial y del Holocausto judío.

Semejantes mutaciones del mal son analizadas por el profesor de Filosofía de la Universidad de La Coruña, Alberto Sucasas, que hoy abre en León el seminario El Mal, coordinado por el escritor, médico y psicoanalista Luis Salvador Herrero, con su ponencia Encubrimiento del mal: Máscara y silencio en los criminales del nazismo (20.00 horas en el Colegio Oficial de Médicos de León).

Sucasas relatará las conclusiones del estudio que ha realizado sobre los escasos testimonios que encontró de los verdugos nazis. Los victimarios «ocultaban más que manifestaban», observó.

El profesor indagó en estas sombras y penetró en el funcionamiento de la mente del verdugo: «Por ser inasumible lo que ha hecho, instituye una mentira externamente, pero también internamente», asegura.

Este mecanismo de ocultación no es exclusivo de quienes perpetraron el mal mayor, un genocidio que exterminó a más de seis millones de judíos con un sistema preparado a escala industrial. «La mayoría de la población alemana fue cómplice de la persecución, durante la guerra y durante la posguerra porque no era capaz de sentir duelo», apunta el profesor.

Asumir la responsabilidad supone cargar con la culpa y eso también se lleva mal. «Lo que hicieron los verdugos y la sociedad alemana fue escurrir el bulto», añade en román paladino. El afrontamiento del holocausto en Alemania cuajó en una especie de esquizofrenia: entre el rol del perpetrador y el del buen alemán, que encarnaba los grandes valores de la humanidad.

Ocultarse interna y no sólo de cara al exterior del mal causado es un mecanismo que ha observado en los victimarios nazis, que extiende en su medida proporcional al pueblo alemán y que sirve de modelo para explicar la perversión del innombrable cuarto oscuro en el que se aloja el mal.

«En esa construcción imaginaria, sobre esa mentira, eran capeces de construir la autoestima», añade. El mal «es una característica del ser humano», aunque, apunta el profesor, «la escala en la que se llevó a cabo en la Alemania nazi hace que se intensifique al extremo esa conciencia encubridora».

«Si la conciencia de mal estuviera presente sería imposible vivir», añadió sobre este caso extremo de daño y encubrimiento del mal. Así que los verdugos se acaban persuadiendo a sí mismos de que no fue para tanto.

Alberto Sucasas subraya que «algo esencial es que no pasa solo en los perpetradores directos, sino también en el resto de la sociedad», de manera que «la conciencia pública se ha construido sobre una mentira, lo que produce una debilidad que pasa factura a la sociedad alemana».

A la cuestión de que esa sociedad construida sobre una mentira es precisamente hoy la más poderosa de Europa, responde: «Todo el esfuerzo y la energía que el pueblo alemán puso sobre la reconstrucción económica después de la guerra, que se tradujo en un milagro económico, es un efecto del autoengaño. No pueden asumir la culpa y se centran en reconstruir. Algo similar pasó en Japón, que también había seguido masivamente a un régimen dictatorial».

El profesor coruñés lleva más de 30 años investigando sobre estas cuestiones, aunque durante mucho tiempo su mirada se centró en las víctimas y al verdugo «le despachaba con una condena moral». Un día se paró a pensar: «¿Qué hubiera pasado si me hubiera encontrado entre los verdugos? No eran monstruos, eran seres humanos», afirma.

Sacar a la luz la brutalidad de la barbarie, iluminar la zona oscura, «es la única manera de poder controlarla, no digo extirparla» porque «ese lado oscuro lo tenemos dentro, son pulsiones que están ahí», subraya.

La sociedad actual goza de una parte saludable en cuanto que «se reconoce a la figura de la víctima del mal causado por seres humanos y hay conciencia del deber hacia la víctima», hacia el pasado para recordar y hacia el futuro para no repetir. Pero, advierte, «seguimos coexistiendo de forma cotidiana con el mal: la reacción a la presión migratoria, la violencia de género, los sistemas de sobrexplotación... «Vivimos indignados ante el mal, pero al mismo tiempo nos adaptamos a esos claroscuros de la condición humana», sentencia.