Diario de León
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Cada día su afán José Román Flecha Andrés
León

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T odos los mensajes que el papa Francisco ha dejado a los chilenos son enormemente importantes y oportunos. Pero tal vez sea necesario subrayar el discurso que pronunció el día 17 de enero de 2018, en el encuentro con los jóvenes en el santuario nacional de Maipú, dedicado a la Virgen del Carmen.

El Papa comenzó valorando esos sueños que Dios pone en el corazón de todos los jóvenes: «sueños de libertad, sueños de alegría, sueños de un futuro mejor». Esas ganas de «ser los protagonistas del cambio». Muchas veces ha dicho el Papa que no le gusta ver jóvenes acomodados, jovenes de sofá, jóvenes prematuramente viejos.

Sabe él que a los jóvenes les gustan las aventuras y los desafíos. «Se aburren cuando no tienen desafíos que los estimulen». Los jóvenes son inquietos, buscadores, idealistas. Es una pena que, al contemplar su osadía, los adultos se limiten a comentar: «Piensa así porque es joven, ya va a madurar».

Es una tristeza. Un comentario como este sólo revela el desaliento y la frustración de quien lo expresa. La madurez no puede ser desencanto. Madurar no debería implicar aceptar la injusticia, creer que nada podemos hacer, que todo fue siempre así.

El Papa recuerda que por eso ha propuesto la celebración de un Sínodo y un Encuentro de jóvenes. Quiere él que «se sientan y sean protagonistas en el corazón de la Iglesia». Una Iglesia que necesita tener un rostro joven, sin maquillajes. Una Iglesia que se deja interpelar, que se deja cuestionar por sus hijos para poder ser cada día más fiel al Evangelio.

En su encuentro con los jóvenes chilenos el Papa ha usado la imagen del que se queda sin batería en el teléfono o pierde la señal de internet o de pronto olvida su contraseña. Para muchos, quedar así significa sentirse perdidos.

Es muy oportuna esa imagen. Porque eso mismo puede pasar también con la fe. «Sin conexión, sin la conexión con Jesús, terminamos ahogando nuestras ideas, nuestros sueños, nuestra fe y nos llenamos de mal humor».

El papa Francisco ha recordado a un santo jesuita chileno. San Alberto Hurtado pasó por la vida repitiendo: «Contento, Señor, contento». Ese lema no correspondía a una evasión de la realidad que él trataba de abrazar y transformar cada día. Respondía a la pregunta que orientaba todas sus decisiones: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?»

¡Buena pregunta! El Papa dijo a los jóvenes que esa continua referencia a Cristo es «la contraseña, la batería para encender nuestro corazón, encender la fe y la chispa en los ojos».

Los jóvenes lo saben bien. A veces olvidamos la contraseña y quedamos colgados. ¿Qué hacer entonces? «La única forma de no olvidarse de una contraseña es usarla. Todos los días. Llegará el momento en que la sabrán de memoria, y llegará el día en que, sin darse cuenta, su corazón latirá como el de Jesús».

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