Diario de León
Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Cumplen las británicas su primer centenario de bodas con las urnas... es Inglaterra, la gran cuna del parlamentarismo (cláveme aquí el patriotilla un ¡uy, lo que has dicho!, rectifica, cabrón, y pide perdón).

Hasta 1918 no obtuvo derecho al voto la mujer en Inglaterra. Acababa la Primera Guerra Mundial y salía fortalecida tras suplir en trabajos o empleos al hombre del frente. Y acababa también otra guerra de décadas, la del sufragio femenino, en la que cientos de mujeres sufrieron la burla institucional o mediática desde el insulto cruel a la pedrada mortal, pasando además por todas las cárceles, inhabilitaciones y penas del código inglés (también las hubo dinamiteras, profetas del radicalismo terrorista de hoy, qué tías).

Larga, heroica guerra, sí señor. A su mentora más nombrada, Emmeline Pankhurst (una de las personas más influyentes del XX, dijo «Time» en 1999 resumiendo el siglo), le reza hoy la mitad del mundo porque el milagro de la igualdad es todavía milagro, pese al notorio avance en leyes y presencia que la mujer conquistó en estos cien años alcanzando hoy una velocidad que, aun siendo ya imparable, seguirá pareciendo lenta y exasperante.

Y al fin ayer, un 6 de febrero de 1918, se logró: la mujer votó... un reparo: sólo lo hizo la mayor de 30 años.

Sin embargo, tres siglos antes de esta conquista tan cacareada internacionalmente como el arranque mundial de la igualación femenina, las mujeres ya podían votar en estas tierras, era algo consagrado como fuero antiguo en no pocas ordenanzas concejiles, pues en el concejo (que gobierna el lugar y su patrimonio y lo componen los cabezas de cada casa a título de «vecinos») también vota la esposa si el «cabeza» falleció... con un reparo: a la viuda sólo se le concede medio voto... pero ojo, comparado con la Europa y el mundo de entones era un imposible lujazo... y por esto sí que podría sacarse aquí algo de orgullo y pecho (o dos pechos) luciendo cuna del sufragio femenino, porque eso de la cuna parlamentaria o la olvidan o cojea u ovejea.

Pero Sócrates, tan mudo últimamente, pidió palabra y mañana larga.

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