«Si me hubiera quedado con mi madre no estaría en la universidad»
ana gaitero | león
Eva es la primera niña de acogida que llega a la universidad en León. En los más de 25 años de duración de este programa, las dificultades que afrontan los menores cuando llegan a la adolescencia se convierten en un escollo a veces infranqueable para el éxito escolar.
Es cuando se produce el choque emocional que Eva superó . «Empiezan a ver que ha habido un abandono y carencias», explica la coordinadora del programa en Cruz Roja, Camino Sanz. El mundo se les cae encima y empiezan a llegar los suspensos. Una vez que pasan esa fase, «van encontrando su sitio», añade. Muchos se encaminan a la FP.
«Fue en la ESO —recuerda— me empezaron a preguntar y empecé a pensarlo. Estaba a gusto con mi familia de acogida, pero mis apellidos eran otros. ¿Por qué estoy aquí?, me preguntaba». Primero sintió un «cabreo enorme, después pena y tristeza y poco a poco fui entendiendo la situación, después de hablarlo con David». El relato da idea del salto a la madurez que Eva dio en aquellos días de zozobra adolescente.
Nico también tuvo que encajar la situación de Eva como acogida. Cuando aprendió a leer y vio que sus apellidos no eran los mismos. «Pero, ¿sigue siendo mi hermana, verdad?», fue su primera pregunta.
Eva tuvo la suerte de poder entrar en la universidad. Lograr este hito es para ella muy importante. Ahora recuerda aquellos días en que quería volver con su madre y sus hermanos y comprende que le pasó lo mejor que le podía pasar. «Si me hubiera quedado con mi madre, no estaría en la universidad».
Seguir con el acogimiento le ha permitido cumplir el sueño y mantener unos vínculos buenos con su familia biológica. «Ahora me he juntado con una familia muy extensa», comenta David. De la distancia inicial se pasó al conocimiento mutuo e incluso a una reunión entre las dos familias. «Hace un año nos juntamos por primera vez», cuenta. La clave es, según David, «no tratar de suplantar a nadie, hay que poner una distancia».
Una vez que su madre se puso enferma y fue hospitalizada, le aconsejaron que fuera a visitarla. «¿Por qué tengo que ir yo ahora?», se preguntó. «Plantéatelo, si puedes está bien que vayas, es tu madre».
Episodios como éste le han servido para quitarse carga de encima y asumir «mi historia: he conseguido llegar aquí, tengo posibilidades de llevar una vida ordinaria y ahora estoy en condiciones de poder hacer esto por mi madre».
El puzle fue encajando poco a poco. «La gente piensa que estás fuera de tu familia por cosas horribles, maltrato u otras razones», señala Eva. Pero a veces no es así. Simplemente, ella no podía cuidarme. No podía cuidarse a ella y menos a mí», afirma.
Ahora Eva se convierte, además, en el referente de otra adolescente de 14 años que acaba de llegar a casa, la edad que menos gusta a las familias del programa de acogimiento, al que acceden niños y niñas desde los 7 años hasta la mayoría de edad.