MUJERES CON PENSIONES PRECARIAS
Josefa y Victòria: compartir piso por obligación
Josefa y Victòria, desahuciadas de sus viviendas, viven juntas en una casa de Càritas porque no pueden pagar el alquiler
Las vidas precarias desembocan en jubilaciones aún más precarias. Josefa y Victòria saben mucho de esto, tanto que no han conocido otra cosa. Ambas se han visto obligadas a compartir piso, sin conocerse de nada, porque no pueden costearse el alquiler de uno para vivir cada una por su cuenta.
Ahora, en la incipiente tercera edad, viven juntas porque a las dos las desahuciaron de sus respectivos pisos: una, en la Ronda de Sant Antoni en Barcelona, y la otra, en Badalona. Comparten vivienda en la Rambla del Raval en un piso de Cáritas por el que abonan, incluidos suministros, 100 euros al mes.
Las dos son un ejemplo de la brecha salarial que separa a hombres y mujeres, que si en edad laboral es tremendamente injusta, en la jubilación resulta aún más indecente. Los cálculos realizados por las Entitats Catalanes d'Acció Social (Ecas) revelan que la brecha salarial en la jubilación se transforma en un abismo, ya que hay una diferencia de más del 40% entre ambos sexos. Su generación ha sido la constatación de cómo la vida laboral se ha marginado en detrimento de los cuidados.
Comedor social
Josefa, después de haber trabajado en casi todo, ha acabado su vida laboral cobrando una pensión no contributiva de 369, 90 euros más un complemento de la Generalitat de 133. En total: 502,90 euros mensuales.
¿Qué se puede hacer con esta cantidad? Poco más que conformarse. Josefa come todos los días, desde hace nueve años, en un comedor social del Ayuntamiento de Barcelona. No conoce lo que es tener ahorros. "Un mes guardas 50 euros y al siguiente los tienes que sacar porque hay una emergencia", puntualiza Josefa, separada y sin hijos. Cuando se le pregunta qué haría si tuviera más recursos económicos, contesta rápido: "No estaría en este piso, viviría en una casa para mí sola".
Josefa recuerda que le costó adaptarse a vivir en el piso de Cáritas. "Si la convivencia con la familia ya es complicada, aún es más con gente que ni siquiera conoces", apunta. Y eso que tienen sus normas para llevarse lo mejor posible. La primera: al piso está prohibido llevar hombres. Pero, hay otros vetos. En la pared de la cocina está colgada la lista: "A las 22 horas acaba el día. Descansamos. No puede funcionar la lavadora, no podemos cocinar y no podemos ducharnos". Es como si compartieran piso de estudiantes. "Este está más limpio", dice con sorna Victòria.
Si compartir piso fue emocionalmente costoso para Josefa, lo fue mucho más para Victòria. Hace año y medio, al morir su hermana, tuvo que dejar su casa de Badalona en la que había nacido y vivido toda la vida. "Me dio mucha pena dejar mi casa, mis muebles, mis cosas, mis vecinos de siempre. Cada día pienso en mi casa", rememora.
Victòria ha trabajado más de 40 años en casi todo lo que le salía, pero nadie ha cotizado por ella. Eran empleos precarios, los únicos que le permitían dedicarse al cuidado de sus padres y de su hermana enferma. "Siempre he ido viviendo, pero de miserias. Nunca he tenido caprichos, ni comodidades", dice. Igual que ahora con los 564 euros mensuales que cobra de la Renta Garantizada de Ciudananía.