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León

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Hay algunos pueblos de León que también han desconectado de España», le espetó ayer el ex presidente Felipe González a Jordi Évole ante la insistencia del periodismo por la recuperación de los lazos sentimentales de los catalanes con el resto de la nación. Pocos minutos después, la compañera Beatriz Robles publicaba un tweet en el que destacaba que el sentido de la frase debía ir en sentido contrario: que era España la que se había desentendido de León. Hace un año, entrevistaba a Juan Pedro Aparicio con motivo de la publicación de su ensayo Nuestro desamor a España. En él, defiende que la historia que conocemos de España es en gran parte el sumario de una invención, una fábula asumida por los registradores de la verdad interesada que, como siempre ocurre con las falsas verdades (siento el oxímoron), dejó víctimas en la cuneta. León fue una de ellas, pero no sólo. Puede que cuando comience a estudiarse la historia de España seamos capaces de enfrentar de manera más certera el futuro, ese presente continuo que cada vez se evapora más rápido. Así que, no, aunque sea González el que lo diga (pido desde aquí al alcalde a que le invite como hizo con Rajoy), no hay pueblos de León desconectados con la idea de España; creo que, más bien al contrario, los leoneses nos contamos entre los ciudadanos que más afecto sentimos por todo aquello que eleva la noción de España. Otra cosa es Castilla. El propio Paul Richardson, autor del artículo sobre León publicado en The Financial Times, lo explicaba sin atajos: «La provincia de León está ahora unida de manera ignominiosa con su vecina Castilla…». Podemos intentar cambiar el significado de los adjetivos, o de los adverbios, pero no cuela.

Y termino con el consejo de Sosa Wagner, el próximo ministro de Justicia, a Albert Rivera. Lo apunté por algún lado: «Cuidado con entrar en la administración de las corporaciones locales como caballo en cacharrería… Hay que tener las ideas muy claras y no hacer declaraciones de sal gorda». Talante y talento.