Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical Jesús Miguel Martín Ortega
León

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M uchas personas, ya por condicionamientos sociales, ya por prejuicios personales, se muestran absolutamente indiferentes ante el hecho religioso. Creer no está de moda; más aún, se desprecia la fe como algo sin interés ni valor, que además ha producido, a lo largo de la historia, más daño que beneficios. Este modo de pensar se ha extendido, socialmente, como un mantra que se asume sin el menor pensamiento crítico. El prejuicio nos incapacita para ver incluso aquello que resulta evidente. Habría que poner en tela de juicio los criterios de las mayorías y el pensamiento único, que genera una especie de ceguera que resulta difícil de superar, porque se fundamenta en la cerrazón y la ignorancia.

El Evangelio que meditamos este domingo nos cuenta, con fuerza, dos historias dolorosas entremezcladas, que, a los ojos de todos, no tienen ni solución ni salida. Jesús es buscado, es «tocado» como búsqueda de lo imposible… Y sucede lo inesperado. Jesús interviene, pero condiciona su intervención a la fe de los destinatarios. Dice a la mujer enferma: «Tú fe te ha salvado»; y a Jairo, cuando le comunican que su niña ya ha fallecido, «No temas, basta que tengas fe».

Al hablar de la FE, Jesús no está hablando de una fe milagrera y supersticiosa; no. Habla de una fe auténtica, que abre horizontes nuevos, pone trascendencia a las cosas pequeñas de cada día, amplía expectativas encendiendo la esperanza en el corazón, busca soluciones más allá de las propias posibilidades, acerca al encuentro maravilloso con un Dios rico en ternura y misericordia. Con todo, tal vez la fe nos siga pareciendo inútil y sin valor. Jesús nos pide que, más allá de nuestros prejuicios, contemplemos el valor incalculable del tesoro de la fe. No hay que elevarse a intrincadas reflexiones. Basta con contemplar la vida. Sin más. La vida auténtica, no la vida postiza, aparente o virtual. La vida real de las personas que sufren y que buscan con un corazón sincero una salida a sus situaciones. Una vida que no nos permite ser espectadores, desde la barrera, sino que nos lanza a la arena de la dura realidad. Ahí es donde comenzamos a apreciar el verdadero valor de la Fe.

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