Diario de León
Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Me gusta la cocina y aún más las cocinas. Mucho. Son la cálida estancia madre de la casa y el obrador de los milagros donde hasta una acelga puede convertirse en pastel de relamerse o en penca bien rebozada como pequeños emparedados (de lo que sea... con queso).

La cocina, antes, era el alma central y espaciosa de la casa, su foro de cuentas, cuentos o cantos, latiendo ahí el corazón del fuego (el fogar, el hogar, el llar) hasta que empezaron a robarle espacio y esa sagrada despensa de ventanuco al norte que hoy ya no se ve en ningún piso, y dejando cocinas como garitas de una cuarta para dar más espacio a la salita o comedor donde una tele predica su monopolio y la gente discute por el mando o el sofá de espatarrarse. En la cocina, sin embargo, suele haber otro lenguaje. Y otros asuntos.

Date, pues, cocina grande para que quepa más gente, pídete mesa de tablero macizo largo, pon escaño de colchoneta, estira la trébede dos metros... y pon un cazo viejo con agua, vino y canela a fuego bajo para perfumar el aire y dar la bienvenida a todos con tilín pastelero y mañanita de fiesta.

La cocina es el aula familiar donde la crianza empieza a estudiar la vida con las lecciones que ahí logre dar el adulto, mientras una radio encendida va enhebrando las horas con canciones, peroratas y noticias invitando al mundo exterior a entrar ahí para cocinarlo también a fuego lento.

Pero todo eso es nostalgia, dice Octavito, un pasado más muerto que dormido; muy pronto, mañana por la mañana, las cocinas serán sólo un grifo, un frigo, una mesita de pega y un microondas; desaparecerá hasta el lavavajillas al venir los alimentos preparados en recipientes comestibles o desechables, como los cubiertos; y ya nadie perderá tiempo en cocinar pudiendo así dedicar más horas a tiendas y gimnasios donde cultivará el rasgo básico de su personalidad, algo que ya avanzan las generaciones pipiolas convirtiendo en traje de etiqueta sus atalajes deportivos y esas zapatillas que centellean.

No seas tremendista, replicó Peláez, mientras la gula dure más que la lujuria, los orgasmos vendrán del cocinar.

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