«Estoy muy contento, no quiero volver»
Joaquín Fernández Viejo, un padre marista, cuenta su historia en el año en que cumple las bodas de oro desde su ordenación como sacerdote. El día del misionero de la diócesis de León reunió a religiosos de todo el mundo..
Silvia Matilla | León
Nacido en Devesa de Curueño en 1943 Joaquín Fernández Viejo sintió desde muy joven la necesidad de ayudar a quien más lo necesitara. Vivió muy pocos años en su tierra, en 1962 entró en el seminario de los padres maristas y a los seis años, en 1968 se le impuso la ordenación sacerdotal. Recuerda con alegría aquellos años en que le destinaron a Madrid, «hace 50 años que me ordenaron mi primer ministerio, fui capellán universitario de la Universidad Complutense en un colegio mayor».
Años más tarde, ya en 1976, su destino fue Perú, donde se hizo cargo de un colegio parroquial en el que daban clase a 1.200 alumnos. Allí fue director de este colegio religiosos y era el administrador de la institución además de colaborar con la pastoral juvenil. Tras su estancia en el país andino, su siguiente destino fue Roma. Allí estuvo al servicio de la congregación siendo miembro de su Consejo general de 1981 a 1989. En esta sede principal de la institución es «desde donde se coordina la actuación de todas las sedes en el mundo» apunta Joaquín Fernández.
«Estuve en Roma 9 años y después volví a Perú como director del seminario de los Maristas. Como era conocido allí también me pusieron a dar clases en la Universidad Marcelino Champagnat, que es la universidad de los Maristas en Lima», dice Joaquín.
Pero el viaje de este misionero leonés no terminaría con este destino. Tras pasar cuatro años en Perú lo vuelven a enviar a Roma para nombrarlo superior general, responsable de la congregación, puesto en el que estuvo de 1993 a 2001. Durante estos años, se dedica a viajar por todo el mundo, a visitar las sedes que los padres maristas tienen repartidas en los 5 continentes. Afirma Joaquín Fernández que Oceanía es el continente que más misioneros maristas tiene por ser desde 1836 los encargados de la misión allí. Durante una de sus visitas como superior general de la congregación vivió un curiosa anécdota: «Un día iba caminando por la calle y me paró una señora que me dijo que era de Devesa, de Devesa del Curueño y yo me quede impresionado». Una coincidencia que hace pensar lo pequeño que es el mundo, a más de 10,000 kilómetros de su casa se encuentra con una paisana.
Al dejar su puesto de trabajo como superior general de los Maristas se refugió ya en 2002 en Trobajo del Camino para descansar y reflexionar durante tres años.
Pero como la vida de un misionero es constante movimiento, nada más concluir su periodo de relajación, en 2005 lo enviaron a Londres como responsable de una parroquia de lengua francesa, donde guarda muy gratos recuerdos y afirma que «al principio no entendían cómo un español estaba a cargo de una iglesia de lengua francesa en Londres», sin duda, es contradictorio. Allí estuvo otros tres años hasta que finalmente en 2008 y gracias a la unión de todos los maristas de Europa bajo el nombre de ‘provincia europea’ lo destinaron a París como responsable de la administración de la parroquia de Saint Germain des Prés.
A día de hoy está en un periodo de transición. Le han vuelto a cambiar de destino. Pasa de París a Filipinas. En el país asiático se incorpora en noviembre y se confiesa el padre Joaquín esperanzado ante su destino y en un periodo de preparación y adaptación a la que será su nueva vida. En Filipinas irá como ayudante del maestro de novicios tras cumplir las bodas de oro como padre marista. En este país se forman los maristas internacionales, todas aquellas personas que de países africanos, americanos, europeos u oceánicos quieren formarse para ser maristas en el futuro.
«Estoy contentísimo, no quiero volver a España, cuando vuelvo celebramos con la familia y después cada uno sigue su vida normal», confiesa Joaquín Fernández quien también asegura que no es que no le guste volver sino que conocer tantas culturas y personas diferentes «es lo más grande». Y eso solo lo consigue viajando.
Los misioneros, pertenezcan a la congregación que sea realizan una labor muy importante de evangelización de los pueblos donde están. En el caso de los padres maristas, como confiesa Joaquín Fernández que desde 1816 están presentes en Oceanía cuando por encargo del papa desembarcaron para ayudar a los pueblos. En la actualidad su territorio abarca múltiples países de todo el mundo. En América del Sur están presentes en Brasil, Perú o Venezuela. En África su misión mas importante es en Senegal o Camerún. Están repartidos por toda Europa y también tienen presencia en América del norte y Asia.
Los padres maristas, en palabras de Joaquín se dedican a la educación de los niños en los colegios, «es una maravilla verlos crecer», confiesa. «Las iglesias parroquiales acogen a los niños de las clases bajas que no tienen tantas oportunidades y mediante la educación hacemos que puedan vivir bien en el futuro» recalca el padre Joaquín.
Además de dar educación, en los colegios también disponen de servicios de comedor y no solo con los niños hacen su labor social. «En Perú, en la década de 1990 ayudamos mediante comedores sociales a 18.000 personas diarias durante tres meses mientras el país estaba bloqueado, confirma Joaquín a la vez que destaca la importancia de la generosidad que se ha encontrado a lo largo de sus años como misionero. «En Perú, durante la crisis pudimos dar de comer a la población gracias a un cargamento de Cáritas que había llegado y que administraban personas laicas para dar de comer y salvar a la población hasta que se restableció la normalidad económica», recuerda.
José maría rojo
Uno de los destinos más comunes para los misioneros es Perú. José María Rojo, sacerdote de la diócesis de León vuelve el 3 de septiembre al país andino tras pasar cinco años sin vivir en el país andino. Asegura el padre José María que «nunca estuve donde quise y fui feliz».
Ante este nuevo reto, afirma afrontarlo como siempre ha hecho: «La adaptación al lugar es lo más importante, tratar de ver lo prioritario para las personas y así para poder ayudarles».
Este religioso no es un misionero que viaja con su congregación sino que viaja de la mano del instituto español de misiones extranjeras (Ieme) con quien va asociado en calidad de religioso de la diócesis de León al país que le destinen.
En esta nueva misión siente que el país al que viaja no es el mismo que dejó hace cinco años, cree difícil luchar contra la corrupción política pero asevera que «todos tenemos una boca, dos ojos y dos orejas, para oír mucho, ver mucho y hablar poco, lo que tengo que hacer es comprender la situación de la población y buscar la mejor manera de darles apoyo».
Las vidas de los misioneros son vidas de superación, en continuo movimiento, evangelizando pueblos y ayudando a las personas. Su actividad es fundamental para la iglesia y para la sociedad. Con este día del misionero se pretende reivindicar la labor de los religiosos en un homenaje que ya cumple su treinta aniversario.