Tener hambre
E n este mes de agosto unos intentan saciar el hambre de vacaciones y de descanso, mientras otros buscan hacer su agosto mientras muchos descansan. Y todos, unos y otros, darse una buena vida.
Esta, sea temporal o eterna, es una preocupación que nace con el ser humano. Todas las culturas han querido hallar el elixir de la vida para responder al ansia más profunda del corazón humano: vivir para siempre. Un deseo y un intento siempre frustrado. En ese sentido quizás la última ilusión vivida en Occidente, allá por el siglo XIX, se identifique con Prometeo: el Titán que robó el fuego a los dioses para beneficiar a la humanidad.
Prometeo simboliza la fe ciega en el progreso: el desarrollo ilimitado de ciencia y técnica conseguirá para el hombre un mundo feliz y perenne. Las circunstancias adversas, la enfermedad y la misma muerte se dan porque aún no se han desarrollado, como se espera, el saber y el hacer humanos; pero estamos en ello: algún día se logrará.
Esta ilusión aún pervive en muchas personas del mundo occidental. Es verdad que perdura con más empeño que argumentos, pues los conflictos mundiales del siglo XX y la reflexión sobre sus resultados crearon un sentimiento de frustración que aparcó la ilusión de un mundo feliz. Hoy nos vamos rehaciendo de tanto pesimismo como rezumaba el existencialismo, pero nos cuesta volver a levantar aquel ideal de vivir eternamente en un mundo perfecto. Ya no hay fe ciega en la ciencia y en la técnica. ¿Alternativas? O asumir como absurdo el sueño más humano… o explorar nuevos caminos para saciar el hambre de vivir.
En el evangelio de este domingo Jesús pronuncia una frase que iluminará nuestra búsqueda: “El que cree tiene vida eterna”. Para nuestra hambre, Él se nos revela como “pan de vida”; el que lo coma, el que asimile su persona, su mensaje… ése vivirá para siempre. Quienes tenemos fe anunciamos sin complejos que Cristo responde al anhelo más profundo del corazón humano. ¿Dejarás sin explorar esta posibilidad?