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El baile del ahorcado Cristina Fanjul
León

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C uando comenzó todo esto de la liberalización, hubo algunos que pensamos que España estaba a punto de convertirse en un país contemporáneo. Pero, no. Resultó que íbamos directos a la postcontemporaneidad, que es lo mismo que la antigüedad pero con pátina de moderna.

El caso es que los médicos y los taxistas se han puesto de huelga. Los primeros, para defender los derechos de los pacientes y los segundos, para mantener el de pernada, el suyo.

Resulta muy complicado creer que alguien con el menor sentido común se crea de verdad que esto va a alguna parte que no sea el que indicaba la trágica obra maestra de Fernando Fernán Gómez. En España quedan pocos monopolios, o no. No, perdón. En España quedan demasiados monopolios y el de los taxistas es uno de ellos.

Vuelvo a los médicos. ¿Alguien cree que es posible vivir en un país en el que ser taxista es un servicio público y cualquiera puede poner una clínica? O sea, que cuando digo cualquiera quiero decir que no importa qué clase de tipo o tipa sea. Que aquí, un comercial puede ordenar a un cirujano qué tiene que venderle a un paciente y si no, a la calle, pero para coger el volante ¡mucho ojo! que llegan los profesionales de la cosa, esos que llevan años preguntándote ¿por dónde? para llevarte por el camino más largo, cobrarte dos, tres carreras, cuatro levantamientos de bandera, plus de equipaje, de llamada, todo eso en pantalón corto...

¿Se imaginan que los médicos se interpusieran a las puertas de los hospitales? ¿Se imaginan que taponaran el camino hacia los quirófanos? ¿Qué mierda es esto?

No creo en la precariedad, pero nadie tiene derecho a paralizar una ciudad y lograr con ello sus objetivos. Es ilegal y, además, una inmoralidad.

Y, a la Junta: ¿para cuándo comenzarán a respetar los derechos de los pacientes de León? Que hay castellanos de primera y leoneses de segunda ya lo sabíamos, pero con la vida y la muerte no se juega. No traten de acelerar el ritmo normal de las cosas. Ya sabemos que tienen prisa por desahuciarnos, pero a veces hay que disimular.