CORNADA DE LOBO
El buen Jesús
Si hay que entender como «escritor» al que logra vivir de lo que escribe, la abultada y celebrada nómina de escritores leoneses se nos despuebla y languidece antes de llegar a la media docena; déjese lo demás en encomiable afición —no siempre necesaria—, aun contándose incluso con algunas obras laureadas. Por eso allá en los 80, creo, llegó Camilo José Cela a la insultante conclusión de que los escritores leoneses lo eran por premios de cajas de ahorro, cosa que aquí y en la diáspora enfureció a casi todos. Pero estoy seguro de que excluía sin duda en ese genérico juicio tan borde y tan suyo a Jesús Torbado, pues fue él quien le bautizó con buen ojo al concederle como jurado el primer premio Alfaguara, nada menos, premio nacido además en 1966 con la mayor dotación jamás soñada en España, 250.000 pesetas que daban entonces para comprarse dos pisos. Y se lo llevó un «chaval» de 22 años sin nombre, sin obra o padrino porque su pluma apuntaba alto. Y ya nunca dejó de apuntar, de escribir, de averiguar, de bordar el dato, casar historias, dibujar viajes, soñar mundos... y enterrar muertos.
Tituló su novela Las descomposiciones viendo cómo se le abatían los compuestos palios que sombreaban a dioses, patrias o reyes y la compuesta verdad falsa, pero Cela creyó más literaria o comercial «Las corrupciones» y así salió, aunque prefiero la original, es más sugerente: la descomposición (de valores, credos o flora intestinal) es la que acarrea la corrupción (mierda papurria que tiende a expandirse, la que entonces ya veía Torbado y en la que hoy nos doctoramos).
Jesús, el buen Jesús a quien jamás oí chisme o venablo a otro escritor (tan usual en «parnasillos provinciales» o en el Club Leonés de Homenajes Mutuos), se ha ido en silencio, el suyo, el que eligió en su intensa y densa carrera de letras, no el silencio que aquí se le tributó como si incomodara su talla.
Nunca pagaré sus consejos y echaré mucho de menos su magisterio en el oficio, al obrero de la letra... y su libertad en el escribir sin necesidad de patrón estilístico ni de pertenecer a club, generación o etnia literaria.