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Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Por sacar la lengua a pacer pregonando las excelencias de nuestro medicinal fresquito norteño, ese que hace del verano una lujuria climática a la que «arimarse de veras» para eludir el «arímate pallá» que pide la calora pegajosa, me castigó el destino mandándome al lejano sur una semana... ¿no querías lentejas?... y en Zanluca de Barramea nos esperaba el aire ardiente con el que se entretiene Pedro Botero soplándote en la nuca, ese aliento suyo en llamas que usa para atizar las calderas del penado.

Entiendo que la mujer cazurra se pirre por esa solanera andalusí al llevar su friolera natural pegada al culo ya desde la cuna y al necesitar que el sol le fecunde el alma y las ganas espatarrándose bajo su dictadura... aaah, qué placer, aaah, qué mudo gemir.

Pero mi distancia con el sur no se debe tanto a ese sol despiadado que, si no estás trabajando en andamio o asador, siempre hay modos de combatir o aplacar... ¡ay, ese gazpacho reparador!, ¡ay, esa tarde con orquestina camerata en la cripta de una iglesia!, ¡ay, ese vivir de noche y dormir el día!, ¡ay, que me meto en la pileta y olvidadme, de aquí no salgo!... No, con ese sol puedo pactar incluso. Lo que a mí me espanta del sur -habiendo ahí tanta cosa de buen gusto y maravillas de pasmar- es que huele mal por oler a lo peor, aunque tengas cerca (y lo tuve cada día) un arbusto allí familiar que se despampana en florecitas al oscurecer perfumando con intensidad el derredor y al que llaman muy bonitamente «galán de noche». Pues ni por esas, siempre ganará la batalla el tufo de alcantarilla podre o colector fecal, vaharada a cada poco, en carreteras o en calles, en las afueras de los sitios o en callejos del puro centro, «tapita de mierda volátil par purmó, quiyo». Y es que esos pueblos costeros de urbanismo a zarpazos quintuplican población en verano y, con tantos a cagar a la vez, se sublevan los aviejados colectores. También hay suciedad, broza y desbarajuste que espantan. Pero me traigo del sur cuatro capazos de la alegría que allí brinda su gente, ¡cuánto la necesita León!... y me convenció un lugareño: «ezto e er zu, er zo... y la riza padre».