«La gente pobre es la que más da»
Obdulina Fernández lloró cuando las Hijas de San José la enviaron a México en 1972. Cuatro años después entró en Guatemala, coincidendo con el terremoto de 1976 y la guerra. Y sigue allí a sus 72 años. .
ana gaitero | león
De pequeña le encantaba ir a la escuela, pero también tenía que salir con las vacas, con las ovejas y con las cabras. En aquel pequeño mundo no se imaginaba que pasaría su vida en un país a miles de kilómetros de casa y cuya situación era mucho peor que la que vivía en su pueblo hace 50 años.
«Nunca pensé que me mandarían tan lejos. Cuando me dijeron que iba para México me puse a llorar». Obdulina Fernández (Santa Cruz del Sil. León. 1945) había salido del pueblo berciano a Bilbao a trabajar en una clínica. Allí conoció a las Hijas de San José. Surgió la vocación y tomó los hábitos en Guardo. «La mies es mucha y los operarios pocos», pensaba. Corría el año 1972 cuando se subió a aquel avión con 27 años de edad. El llanto fue cosa de poco. «Mi madre me había dicho que me iban a enviar al extranjero y creo que me envió ella», dice esta mujer sencilla y de acción.
La religiosa, que salió del anonimato en 2008 al ser nombrada Leonesa del Año, lleva 46 años fuera de España. No sólo tiene acento guatemalteco, sino también la nacionalidad. Ahora viaja con dos pasaportes, pero durante unos años tuvo que renunciar a la ciudadanía española para poder seguir en la misión.
«No fue mucho tiempo, pero sí lo suficiente para sentirme extranjera en mi país. Cuando llegué a Madrid me dijeron que tenía que declarar lo que llevaba. Dije: Soy española. Pero, me dijeron: su pasaporte es de Guatemala», cuenta.
Regresa cada dos veranos, cuando puede, a pasar un mes con la familia. A estas alturas no concibe otra vida. «Guatemala es todo para mí, toda mi vida está allí. Tenemos hasta el cementerio con nuestras cajuelas ya preparadas», subraya.
La familia le dice de vez en cuando que «tendría que volver. Pero es que allí hay mucho que hacer», insiste. Ni las amenazas que recibieron las religiosas de su comunidad durante la larga guerra, porque a la iglesia se la acusaba de «guerrillera», ni el miedo que aún tiene a los temblores la han apartado de un país en el que tuvo que hacer un esfuerzo para sobrellevar la vida y el trabajo en los primeros tiempos.
Cuando llegó a Coatepeque, tras los cuatro años en México, «me costó adaptarme». «Yo sentía que no podía trabajar porque no había con qué», explica. Así que tuvo que aprender a desenvolverse en la precariedad. Aprendió a reconvertir las bolsas de suero y sus tripitas en sondas y bolsas para recoger la orina. Para curar había dos equipos que «tenían una pinza y una tijera que cortaba mal», recuerda. Empezó su misión en Guatemala como enfermera en la cirugía de mujeres, con quemadas, accidentes y otras calamidades. «Hoy ya está mejor, pero entonces tuve que aprender. Eran gente con mucha capacidad para resolver», explica.
Después de 24 años de trabajo en el hospital nacional, en el año 2000 se jubiló. Pero se levanta cada mañana a las seis para empezar la jornada, conduce el todoterreno por la selva, que les regalaron los bomberos y allí llaman «el regalo de Dios». Con este vehículo se mueve en su labor pastoral casi de casa en casa. «Las aldeas de allí no son como los pueblos aquí. Hay una casa aquí, otra al kilómetro...».
Uno de los proyectos del que se siente más orgullosa es el de las cocinas económicas realizado con la ayuda de Medicus Mundi de Vizcaya una ayuda que llegó gracias a su nombramiento como Leonesa del Año.
«Les ofrecimos unas estufas para que pudieran cocinar sin hacer fuego en la casa, se les daba a cambio de participar en cursos de capacitación», explica. «Al principio solo iban los hombres a las formaciones y ahora la mayoría son mujeres», subraya. El proyecto supone un ahorro en madera y mejora la salud de las personas porque evita hacer el fuego en casa.
La pastoral de salud promueve la higiene y la buena alimentación, aunque no ha sido posible incorporar la soja como cultivo por las condiciones de la zona. «Lo intentaron los ingenieros de la pastoral de la tierra, pero no ha resultado».
Han capacitado a animadores de salud, líderes de las aldeas, para el programa de Nutrición que atiende a 250 niños y niñas y que previsiblemente habrá que ampliar porque han detectado más casos de los que se habían comunicado. Con la Fundación Endesa hicieron varias casas.
Las religiosas eran una pequeña comunidad de cuatro hermanas, pero recientemente ha muerto la que dirigía el proyecto, a los 82 años. Han quedado tres. «La situación de la mujer también ha mejorado. Pero el problema de la violencia machista y de los embarazos de menores es acuciante. «Muchas veces los padres son de la misma familia por violaciones. Y las madres no dicen nada porque temen que al hombre metan preso y se queden sin nada».
Las niñas acaban teniendo los hijos. «Es un problema serio y hemos trabajado, pero no tenemos capacidad para tanto». Ni siquiera los animadores se atreven a denunciar los malos tratos que sufren las mujeres «por miedo».
La falta de acciones gubernamentales hace «He aprendido mucho con la gente. He visto a mujeres venir andando cuatro kilómetros, con un niño en las espaldas, para acudir a las formaciones. Yo no sé si sería capaz de hacerlo», señala.
También destaca la solidaridad de la gente sencilla, que ha sido la que más se ha volcado en las donaciones para paliar la catástrofe del volcán de Fuego. «La parroquia de Guatepeque fue muy dadivosa, pero los que más dieron fue la gente pobre del área rural, de la zona de la Felicidad, personas sin trabajo y temiendo que la canícula estropee su cosecha de maíz porque no llueve», explica.
«Me conmueven todas estas tragedias. Y siento impotencia ante ellas. Quisiera llegar a más, pero hay un límite», confiesa. Uno de sus sueños es que «llegue aquí el primer mundo y a veces lo veo, pero luego no llega», lamenta al comentar el estado de las carreteras.
Con todo, Obdulina Fernández recomienda visitar este país que «tiene zonas seguras» e importantes restos de la cultura maya, así como el atractivo de los volcanes cuando no despiden lava u otras sustancias más letales.