Somos de otro lao
M andan muchas fiestas a estos pueblos las vírgenes de agosto y los santos de septiembre, viejas fiestas con sus epílogos a tortas y sus «tramos de concentración de accidentes», aunque hoy ya no hay tanta bronca rural como ayer, ni batallas de mozos mamaos, ni sublevaciones por un ¡eh, tú, que ni la mires!...
La historia de cada romería de esta tierra tiene años que acabaron en reyertas muy sonadas, cuyos detalles trágicos pasan de abuelos a nietos engordando por el camino. Las de la Virgen de Carrasconte, entre mocerío babieco y chacianiego, son ejemplares.
Bajo mi ventana pasó el otro día una cuadrilla de eufóricos chavalotes berrando coplas bravas y consignas a voces; iban al Húmedo, sin duda, y anoté la cuarteta floreada que me encañonaron a la oreja: «Que no somos de aquí, que somos de otro lao, que venimos a follar... y nos quiten lo bailao».
No pude deducir de qué otro lao ibérico podría ser aquella tropa gritona; da igual, tanta insolencia vociferada hubiera significado en otro tiempo una rifa o manta de hostias... buenos eran entonces, ¿consentir que unos forasteros vinieran con intenciones y además las pregonaran altisonando y humillando?... una manta no, dos.
Y si anoté la coplilla fue porque al instante me la imaginé en boca de alguna amplia comisión catalanista de excursión a los Madriles invitada por Moncloa para charlar y no echar gota, dale que te pego: que no somos de aquí, que somos de otro lao...
En el poliedro español hay muchos lados, pero el «lao catalán» que empezó siendo un círculo (como un liceu) ensaya ahora su cuadratura pintándola de república... y si antes tenían anhelos, ahora creen tener motivos (como el mejicano cocido que brinda siempre con un ¡hay motivo!)... y están muy motivados, más que nunca, insaciables, porque nuestra geometría política anda sin ángulos y la desencuadernación del país ya está escrita y teñida con ese color amarillo que significa traición si viene en ramo de rosas... color amarillo que en los plásticos es patente de una empresa alemana, la Hoechst (dice Manuel Durruti, que trabajó en ella).