Diario de León

El baile del ahorcado

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Ni medio siglo. Siquiera cuarenta años. Y, sin embargo, vivimos como si la socialdemocracia nos hubiera acompañado a lo largo de la historia, sin percatarnos de que esto es un simple barniz que se irá cuando arrecie la tormenta. El domingo, la extrema derecha consiguió auparse a un plano decisivo en Suecia. No es una excepción. Puede que se convierta en la norma. El mundo se atrinchera y quien quede fuera de la fortaleza, lo pasará mal. Las batallas ya no son como antaño. Se libran entre datos y algoritmos que nadie entiende. Utilizan contra nosotros el arma de la ignorancia y el desencanto, dos agentes de una guerra sucia en la que no hay posibilidad de redención.

El periodismo y la política no se entienden por separado. Son dos factores que sólo se encarnan si van unidos. Siameses, si quieren. Por eso, cuando el desafecto se cobra una presa, la otra morirá pronto. Suecia. Suecia es parte de esta nueva Edad Media. Antes fue Gran Bretaña, pero está Italia, y Francia aguarda su turno... No es fácil hablar de fascismo cuando la palabra se ha banalizado a fuerza de manipulación, de un constante manoseo intelectual. En un mundo que debería haberse hecho adulto, cada vez hay más víctimas que reclaman su lugar. No lo son. Para ser víctima se requiere serlo. ¿Les parece una simpleza? No lo es. Cuando ocupas un lugar que no te pertenece, estás desalojando no sólo el concepto, sino a todos los desheredados que merecen ese reconocimiento. Dice Pascal Bruckner que la victimización es la versión dolorida del privilegio. Cataluña es el mejor ejemplo. Es así, victimizando a una sociedad, haciéndola cada vez más y más infantil, como el fascismo va royendo las costuras de la sociedad. Una víctima no tiene responsabilidad. Nunca asumirá su culpa, nunca se hará cargo de su vida. En el mejor de los casos acudirá al Estado. En el peor, tratará de encontrar al culpable de su situación. Y de ahí a darle caza y encender una pira hay muy poco. No es una broma. La victimización es una devaluación de nuestra existencia como ciudadanos. Es cómodo, pero muy peligroso.

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