Diario de León

SOCIEDAD

La revolución de las chicas del 68

La última promoción del Juan del Enzina en el viejo caserón. No arrancaron el pavés de las calles de París, pero salieron graduadas con su título de bachilleras para construir un mundo nuevo. Cerca de medio centenar de aquellas chicas, que ahora rondan los 70, celebraron ayer en León su graduación en el Instituto Juan del Enzina en 1968. Hace 50 años fueron la última promoción que salió de aquel viejo caserón «con aulas frías, ratones y que se caía a pedazos» que hoy es el IES Legio VII, de Santo Martino

La promoción del 68 del Juan del Enzina, ahora Legio VII, 50 años después. MARCIANO PÉREZ

La promoción del 68 del Juan del Enzina, ahora Legio VII, 50 años después. MARCIANO PÉREZ

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ANA GAITERO | LEÓN
León

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Pocó se sintió en León el mayo del 68 parisino. Aquel viejo caserón de la plaza de Santo Martino que se caía a pedazos, como recuerdan las últimas bachilleres que salieron graduadas del que fue el primer edificio del Instituto Juan del Enzina, era una metáfora de un mundo que se desmoronaba.

El ‘femenino’ estaba a punto de mudarse al edificio nuevo de Santo Domingo después de veintidós años. Las chicas estuvieron en la segunda planta del Instituto General y Técnico desde que en 1938 Franco decretó en la zona nacional la segregación de sexos en las escuelas.

En 1946, cuando la Escuela de Veterinaria estrenó el Albéitar, trasladaron a las bachilleras leonesas del instituto Padre Isla a este «viejo caserón» donde estuvo el hospital de San Froilán, del cabildo de San Isidoro, en el siglo XII y mucho antes albergó alguna dependencia del campamento romano, como atestiguan los lienzos de la muralla mejor conservados de León. Por su adarve pasearon ayer las antiguas alumnas de la promoción de 1961-68 que regresaron 50 años después al que hoy es el IES Legio VII, ya mixto desde los años 80.

El WhatsApp ha demostrado una vez más su capacidad para congregar y alentar un proyecto colectivo. Aquellas chicas que ahora rondan la setentena y ya están jubiladas se han encontrado gracias a las nuevas tecnologías.

María Jesús Luelmo, alumna y luego profesora de aquel instituto, dio el primer paso hace apenas cuatro meses. Y sobre la plataforma virtual empezaron a rebobinar la cinta de su vida hasta volver al instituto.

Estudiar aquí «fue un privilegio» para una gran mayoría de chicas de clases modestas cuyas familias hacían un «gran esfuerzo económico» para educar a sus hijas, recordaba ayer Luelmo. Hay que recordar que en aquel entonces «sólo el 15% de jóvenes estudiaba bachillerato y tan solo un tercio entre las chicas», como apuntó esta profesora de Matemáticas.

Son parte de aquellas generaciones de mujeres aún pioneras en muchos ámbitos. Begoña del Pozo, sin ir más lejos, fue una de las primeras ingenieras técnicas agrícolas que salieron de la escuela de León. Pero sobre todo fueron pioneras de un tiempo nuevo que se abría en que aquellos «felices».

Entraron 300 niñas y se graduaron 60 mujeres que se consideran pioneras de una sociedad que se abría a muchos cambios antes de la llegada de la democracia. «Maduramos a la par que el madurar de la sociedad española» y «salimos muchas ateas, feministas y modernas», comentan Cristina Cardeñoso, Rosa Elvira Arias, María Jesús Celemín y María Jesús Luelmo. Forman parte de la generación que estrenó la píldora, «la auténtica revolución para las mujeres», sentencian. Como la sociedad estaba segregada sexualmente en todos los aspectos, no les extrañó estudiar solo con chicas. Piensa María Jesús Luelmo que en aquel contexto les benefició: «Éramos tantas chicas en ciencias como en letras, no nos condicionaban los estereotipos que vi más tarde a mis alumnas: las que eran buenas en matemáticas casi tenían que disimular lo listas que eran», apunta.

Del profesorado recuerdan la «gran calidad docente y humana» de muchos y también a quienes que «nos trataban a baquetazo». En el libro de conmemoración de su medio de siglo de bachilleras una de ellas recuerda a aquel profesor de ciencias que llamaba «mamarrachas» a las de letras y que les llevaba de excursión a buscar trilobites a Vegacervera. Lo bizarro y lo moderno se daban la mano en aquel tiempo inmerso en la guerra fría y la carrera espacial más allá de la España grande y libre de Franco.

La enérgica doña Isaura, una de las pocas profesoras que aún vive, es recordada por su fuerte carácter y por el coro que formó para cantar en la televisión cuando se celebró el concurso de Cesta y Puntos en los Maristas. Antonio Roma, Luis María Iribarren, José María Pérez, Joaquín Echegaray... son algunos de los nombres que mejores recuerdos les traen. Se acuerdan también de Petra Hernández y de Leoncio, el profesor de Latín recientemente fallecido, que entonces era uno de los más jóvenes y modernos: «Nos trataba como adultas». En el instituto femenino había un nutrido grupo de profesores que habían sido afines a la República, comentan, y encontraron en aquellas aulas una especie de refugio.

El libro conmemorativo cuya edición ha coordinado Paloma Nogués, recoge el testimonio de las alumnas becadas de los pueblos y que vivían internas en la calle Cardenal Landázuri con las monjas Italianas. Carmen Castrillo también tenía beca y temía perderla. Para ella, era «un suplicio la entrega de los mapas de geografía» y un día se dio tiza en la cara para simular la palidez de enferma y que no la suspendieran. Ya apuntaba maneras de actriz, aunque se licenciaría en Clásicas. De hecho, ya hacía teatro con Aldabarán y Melpómena. De la promoción de chicas del 68 salieron médicas como Ana María Cotino, filólogas, ingenieras, maestras y funcionarias, entre otras profesiones. O profesoras que llevaron a los institutos el Libro Rojo del Cole y vivieron el golpe del 23-F con sus alumnos y alumnas pegadas al transistor. Aquellas chicas no levantaron el pavés en las calles de París, pero llevaron la revolución a sus vidas.

Ayer el IES Legio VII recibió a la promoción del 68 con la bienvenida en la pantalla del pasillo y una recepción del director, Valentín Sanz, y su homólogo del Juan del Enzina, Antonio Perandones. Las nuevas generaciones miraban con asombro las fotos en blanco y negro de las chicas que un día corrieron por el mismo patio, aunque habitaron otras aulas pues el viejo caserón fue demolido.

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