Diario de León
Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Considero un privilegio dudosamente merecido pintar mi voz de tinta en esta columna desde hace veintiún años casi como un mascarón de popa al ir en la trasera del periódico. Si hago cuentas de las «mañanitas del rey Caín» cantadas aquí (ser cantamañanas va en el cargo o el encargo), esta sería la cornada lobera nº 5.467 (más da el hambre), tropecientas que se dice, buen bulto, ahí va grano y ahí va paja con su polvo inseparable, así que le asiste al lector y a la lectora -más benevolente ella, grazie- todo el derecho de este mundo (y del otro) a sentirse fartucos de tanta lira, tanta escopeta de feria y tantos cerros por los que haya tenido que ir este «escribiendo» al dictado de los días, de las lunas, de la memoria, de las mareas muertas o de esta vida enzarzada y feriante, pues todas esas son las ijadas que punzan los ijares de este «canis lupus» para que arree.

Vaya can... elo. Vaya lobo... perro.

En mi infancia sólo había unas pocas clases de perros: perro de caza, perro faldero, perrolobo, chucho, mastín y algún galgo en tierra lebrera. Pero el que pedía distancia y ojito era el perrolobo. Poco de fiar. Le solían tener de guarda de haciendas o ganados, le «embriscaban» su agresividad y sus ladridos invitaban a poner pies en polvorosa. Era el perro que mejor conservaba el pelaje, la facha y las mañas de su abuelo directo, el lobo pardo, tal cual a veces. Mieu daba. Y si era el que menos zalamerías consentía al desconocido, entre propios era un pesadito dando cornadas en la pernera del pantalón o en el faldumento del ama pidiendo pan, premio o caricia... ¡chito, fuera!... así que en los ecos de este escribir hay también mucho ¡chito, fuera!, lo mismo que perdigonadas al rabo por ir de calle y sin collar, lo que significa que a cualquiera le encantaría ponértelo o, si no, arrearte cartuchazos sin saber que así me brindan la mejor espuela para alejarme de rifles y negociados... y a la calle, nunca atado. De esta pluma sólo es dueño el que la lea. Y de los enemigos que me haya ido creando depende el crédito que ese lector quiera darme. Él es quien de verdad me paga. Y para él, mi gratitud incondicional.

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