Sanseacabó
M inería, mineros, puta mina de dueños lejanos, mina de épica laboral, de heroicos miserables, de muertos trágicos... y de literatura al canto que hace salir por bocamina más tinta que mineral, más novela que papel de bocadillo; la mina es el eterno mito del filón escondido, la fortuna prometida al burlador de la muerte reservada a quienes le abren a barreno el vientre a la tierra.
León sufrió minas ya desde los astures que escarbaban y fundian cobre y oro; después, los romanos zampaban enteros los montes de cuatro bocados y, al llegar la orgía hullera y antracitera, pudimos comprobar que aún no estábamos curados de espantos.
«La contaminación de la minería es un genocidio», declaró una joven combativa, Francia Márquez, tras recbir el premio Goldman 2018 por su defensa del medio ambiente en Colombia... y aunque ella se refiere al desaforado e ilegal festín minero en aquellas selvas y al mercurio usado en la extracción del oro que infecta las aguas y el vivir de las poblaciones oriundas, esa frase nos hizo volver la vista a todas estas montañas furacadas en las que también latió un lento y disimulado genocidio: ¿cuántos muertos «dentro» dejó la historia minera de estas tierras?, ¿cuántos muertos «fuera» en vida desahuciada, cuántos atados a una mascarilla de oxígeno, cuántos con el pulmón hecho piedra?... y cuando se cierran minas y santa Bárbara le deja su trono a Sanseacabó, ¿cuántas vidas echadas a la ruina o facturadas a la emigración que mata la fe y desarraiga?...
El carbón tiene ya lápida de sepultura hace tres décadas y en ella se recuerda que hace 50 años había en España 46.000 mineros y hoy apenas 2.000. «Vile» lo recuerda bien (y su caja lo lamenta): sólo en el valle de Villablino y en la década de los 70 vendía al día ¡4.000 litros de vino!, combustible necesario para la maquinaria humana obrera que entraba a la mina a rifarse silicosis o un costerazo letal.
Hoy, la política energética dicta: al carbón le quedan horas, ahora sí, aunque llevo cuarentaisiete años haciéndole epitafios y se ve que Sanseacabó no es tan vago como santa Bárbabra.