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Publicado por
Jose Vicente Gavilanes Presidene de la ASociación de Astronomía de León
León

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« ...extraños comportamientos. En efecto, en el extremo occidental de Europa, en la Terra Ibérica, las costumbres de una parte de sus habitantes difieren notablemente de la otra: las horas de inicio de la actividad laboral no coinciden, ni las horas de descanso (ni siquiera las nocturnas), ni las del almuerzo o la cena.

Sin embargo, hay una coincidencia inexplicable que hace aún más sorprendente la situación: transcurrido un mes del otoño terrestre, el primer día de una serie (denominada semana), la frenética actividad laboral comienza, en las dos partes del territorio, una hora más tarde. «Ah, entonces tienen el mismo horario», pensará el lector. Pues no, porque las dos partes retrasan sus relojes, de modo que sus horarios siguen desacompasados. «Bueno, se ponen de acuerdo para ello», replicará usted. No parece creíble, porque entonces podrían llegar fácilmente a un acuerdo general y adoptar el mismo horario, que al fin y al cabo es la misma tierra. En el resto de la masa continental de Europa se han observado comportamientos similares, a excepción de alguna gran ínsula situada al noroeste.

Se ha propuesto como explicación de este fenómeno que estos cambios quizá tengan que ver con las horas de sol, pero no es muy creíble por cuanto al llegar el crepúsculo vespertino se encienden miles de luces artificiales (sobre todo en las tierras boreales) que suplen la falta de luz solar». (Fragmento de periódico selenita hallado por el Apolo 11 semienterrado en el regolito del Mar de la Tranquilidad).

Aunque todo cuanto tiene que ver con el calendario (año, estaciones, día) depende de las estrellas, en especial de una, el Sol, cuya posición y altura son decisivas, todo lo relacionado con las horas del día deriva de artificios culturales humanos, de sus intereses y quehaceres.

En efecto, al igual que la línea de cambio de fecha, el cambio estacional de la hora tiene su fundamento en las necesidades y convenciones humanas. Por eso, hasta que las comunicaciones no fueron ágiles (piensen los lectores en el siglo XIX, en el ferrocarril y su inusitada velocidad), no se precisó coordinación horaria, pues con la hora local de los relojes solares bastaba y sobraba. Solo cuando el desarrollo de las comunicaciones ha hecho de la Tierra una aldea global se ha impuesto el ahorro energético y la precisión cronométrica de trabajos y horarios.

Sin embargo, desde la perspectiva astronómica, todo esto carece de importancia, porque los astros siguen su camino imperturbables y ajenos a nuestro ajetreado ir y venir. El Sol marcará nuestras horas de luz y de oscuridad sin cambiar un ápice, almorcemos a una hora u otra, nos levantemos pronto o tarde, nos acostemos en Galicia o en Portugal.

En otoño y primavera ajustaremos nuestras costumbres y nuestras horas al cambio en las horas de puesta y salida del Sol, pero bien podríamos hacer lo mismo, cambiar los horarios, sin tocar la hora. El Universo, y el Sol con él, no se inmutarán un átomo porque nos ignoran, pues nada somos ni nada significamos.