Diario de León
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Cada día su afán José Román Flecha Andrés
León

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E ra el primer año de su pontificado. En la audiencia general del día 30 de octubre de 1963, el papa Pablo VI decía a los peregrinos que el tema de la santidad sería celebrado por toda la Iglesia en la próxima festividad dedicada a todos los santos del Paraíso.

Era el momento para recordar que todos los fieles que le escuchaban gozaban de la selecta y afortunada condición de hijos de Dios, mediante el bautismo. Ese sacramento les daba derecho al título de «santos», es decir, bendecidos y dedicados al Señor, y de miembros de la santa Iglesia.

Pablo VI trataba precisamente de despertar en el espíritu de los fieles presentes en la audiencia «el sentido de la dignidad cristiana y el propósito de querer conservarla siempre y vivir, al menos en esa forma habitual y magnífica que llamamos estado de gracia y que ya es santidad».

De pronto, desgranaba ante los peregrinos que habían llegado hasta la basílica de San Pedro tres preguntas, tan características de su estilo personal:

¿Hay algo más bello, más importante para nuestra vida que esto?

¿Qué otro bien, qué riqueza, qué perfección hay superior a la gracia, al principio divino de la vida sobrenatural?

¿Qué otra condición, qué otra fuerza podemos tener en nuestro interior más eficaz para nuestro progreso espiritual, para nuestra continua santificación, que la fidelidad al estado de gracia?

Pablo VI pedía para los fieles el don más precioso. Pedía que fueran «cristianos vivos, vivos con la gracia de Dios, es decir, santos, y capaces de hacer de todas las experiencias de la vida temporal, del gozo y del dolor, del trabajo y del amor, del coloquio interior de la conciencia y del diálogo exterior con el prójimo, una ocasión, un estímulo para ser mejores, para ser más santos».

Es verdad que la santidad es un don de Dios. Pero requiere una aceptación activa, generosa y comprometida. Según el Papa, para ser santos son necesarias dos actitudes:

En primer lugar, «afianzar en nosotros el sentido moral, es decir, el sentido del bien y del mal, el sentido del pecado que la mentalidad moderna va perdiendo cuando está privada de la fe en Dios».

Además, es necesario «aumentar en nosotros el gusto por la oración y la confianza en la infinita bondad del Señor, que es verdaderamente el único Santo, el único santificador».

El papa Pablo VI terminaba su breve alocución deseando a los peregrinos el sumo beneficio de la santificación cristiana. Ahora que su santidad acaba de ser reconocida por la Iglesia, nos dirigimos a él pidiendo que interceda por la Iglesia y por cada uno de nosotros.

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