¿Queda claro?

Que os quede una cosa clara, interrumpió Peláez (sonó a puedo pontificar y pontifico), que si hay políticos corruptos es porque les votan y revotan pese a evidencias y escándalos gravísimos que deberían enmudecer al país entero de vergüenza pública y a ellos de por vida y a la sombra. Pero si oliéndoles a cloaca siguen votándoles, les están absolviendo o disculpando, o sea, comprendiendo su pillaje y reincidencia. Quizá les censuren en corrillos de boca chica, pero seguirán absolviéndoles por dos razones: 1.- porque son los suyos y 2.- porque también ellos harían lo mismo, se aprovecharían (o les mataría la familia o los amigos o los socios del partido si no lo hacen)... y aunque jamás lo confiesen, sólo lamentan no tener la suerte de un cargo, una oportunidad o un ángulo ciego. En esta categoría de lo corruptible estamos todos, quien más, quien menos. Conclusión: contrariando a Rousseau en su dibujo de la bondad humana, la gente es mala por naturaleza y solo es buena si reprime o educa su instinto «natural» (la solidaridad, algo innatural, sólo surge si trae provecho); ser bueno es poco frecuente, minoritario, como siempre fue... ¿no se volvía loco Yahvé buscando diez hombres justos en Sodoma y Gomorra y, al no encontrarlos, fulminó a todo el censo con azufre ardiente?, sulfurosa y brutal ira divina que hace de la guillotina algo piadoso. Concluyendo: tan demoledor es tener dirigentes corruptos como electores que en su secreto sueñan y aguardan poder corromperse algún día (pero no tan a lo bestia, te dicen, se conformarían con poco, se justifican), ya que nadie podrá moralmente objetar o impedirles satisfacer ese «impulso natural» al haberlo legitimado antes con su conducta reiterada tantísimos hombres de pro, mujeres de prez y los barandas pispos de la gobernación bizca... y ahora, la cuestión: si no puede acabarse con la corrupción, ¿por qué no se regula?... o sea, se reparte, ya que si no hay comisión, corretaje o mordida, este sistema económico se desmotivaría yéndose al cuerno y alentando la vagancia.

Y ahí dejó encendida la lumbre Peláez, que al fín calló.