El baile del ahorcado
A peor no podemos ir
Con Pablo Casado el PP ha vuelto a ser una democracia cristiana con poco espacio en un mundo que ahora se mueve entre el liberalismo de Ciudadanos y el alt-right de Vox. Me temo que, aunque continúe como segunda o tercera fuerza en virtud a un sistema electoral postcaciquil basado en el control de las circunscripciones a golpe de empresas de colocación y favores, el futuro pinta negro. Para empezar, por las dinámicas internacionales. La revolución tecnológica es difícil de explicar, más en un país como España que se ha acostumbrado a que el Estado es el maná. Y el puesto de porteador de esa falsa promesa se lo ha arrogado ya el PSOE, cuya competencia real llega a lomos del caballo del populismo de Abascal. Ambos lucharán por quedarse con las víctimas del futuro (uno de cada cuatro trabajadores) que aún no saben que lo son. ¿A quién creen que votará la nueva clase de pobres que empieza a amanecer? Las viejas recetas no valen para un escenario en el que ninguno conoce qué puesto le tocará ocupar en la pirámide social. Todo cambiará otra vez en un país como España —bisoño en esto del valor añadido y ocupado en guerras nacionalistas finiseculares— en el que la magnitud de la catástrofe amenaza con convertirse en un tsunami.
En medio de este cambio de era se desenvolvió el pasado viernes una escena tragicómica más propia de Muñoz Seca que de Jardiel Poncela. Alfonso Fernández Mañueco and boys llegaron a León —todos llegan, hasta los que parece que están— para presentar una nueva Alianza. El problema es que estos mesías se aparecen en una provincia que ya no cree las promesas de resurrección porque hace tiempo que sólo acoge moribundos. El alcalde de Salamanca viajó en un deja vu a León y pensó que podía espolear a los votantes mostrando una vez más el rabo de la zanahoria al que sacudía detrás de un escenario de cartón piedra. Pero este es un tiempo nuevo. También para la provincia, que tendrá que elegir entre votar a los de siempre para acabar en el mismo sitio o arriesgarse a cambiar. La buena noticia es que a peor ya no podemos ir.