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Los yegüeros leoneses que llegaron poetas a La Mancha

La trashumancia en verso. Cuatro hombres «decididos y arriesgados» protagonizan una gesta de la trashumancia ocurrida hace 70 años. Al embarcar las 5.000 ovejas en la estación de Palencia, que llevaban de los puertos de Riaño al valle de Alcudia, se dio el caso de que no había vagones para las yeguas y tuvieron que llevarlas a pie. Lo hicieron en 20 días de viaje y lo narraron en 1.304 versos. Hoy se presenta en Artemis (20.15) el libro que rescata este ‘Cantar de la Trashumancia’ de la mano de Joaquín Serrano Serrano

Los yegüeros leoneses.  CARLOS ARRANZ SANTOS

Los yegüeros leoneses. CARLOS ARRANZ SANTOS

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ANA GAITERO | LEÓN
León

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«Había vagones para las ovejas, pero no para las yeguas. Los mayorales, confusos, al ver esta situación al punto ordenan a cuatro hombres decididos y arriesgados que se lancen por los caminos sufriendo grandes trabajos». Raimundo Díez Escanciano, de Tejerina, fue uno de aquellos cuatro hombres. Tenía 22 años y era el hijo del dueño de uno de los rebaños, Gregorio Díez, que bajaban a invernar en el valle de Alcudia tras pasar el verano en los puertos de la montaña oriental.

Con 94 años, a Raimundo le falla la vista pero tiene una memoria prodigiosa y aún recita con vigor los versos del Cantar de la Trashumancia. «Tuvimos que coger el cargo de marchar con las yeguas andando», recuerda.

El pueblo de Tejerina, cuna de trashumantes. SERRANO

Iban con él Fausto Rodróguez, Onésimo Villarroel y Tomás del Blanco, el más mayor de todos pues ya había cumplido los 35 años y estaba casado. Raimundo había bajado a pie a Extremadura con 13 años en los años de la Guerra Civil porque el valle de Alcudia «era zona roja», pero el camino a La Mancha, a aquellas dehesas situadas al sur de Puertollano, era desconocido para él.

Los cuatro pastores se convirtieron en yegüeros un 10 de noviembre de 1948 para solucionar el problema del transporte en ferrocarril de los animales de carga que eran imprescindibles para el pastoreo en las dehesas manchegas y extremeñas.

Hito a la trashumancia cerca de Puertollano. SERRANO

En aquellos tiempos la trashumancia a pie ya decaía en favor del tren, después de siglos trazando las cañadas, veredas y cordeles con el paso de los rebaños en la primavera para subir a los puertos de montaña y en el otoño para bajar a las dehesas.

Ponerse al cargo de 78 yeguas con sus crías era una gran responsabilidad y estos pastores se pusieron al frente con buen ánimo y las alforjas cargadas de chorizo, cecina y jamón. Lo corriente para sobrevivir en un camino largo y que a medida que se alejaban de las montañas les obligaba a atravesar kilómetros de tierras vacías.

Lo que parece tan corriente es que unos pastores, que habían dejado la escuela a los 12 años, se hicieran con unos cuadernos y unos lápices y el propósito de escribir cada día o cada noche, porque casi siempre lo hacían al final de la jornada y al raso, bajo las estrellas, las aventuras que les pasaban.

Dehesa del Quintillo, en Almadenejos. SERRANO

«Dormíamos en el campo para que las yeguas se alimentaran y escribíamos unos versos de lo que pasaba por el día», comenta Raimundo Díez. La extensión variaba de una jornada a otra pero 1.304 versos en 20 días que duró el viaje dan una media de 65 por jornada. «No sé dónde compramos el cuaderno, pero fue al principio, seguramente en Calabazanos, un pueblo que nos topamos enseguida», añade.

Joaquín Serrano Serrano, autor de Cantar de la Trashumancia, que se presenta hoy a las 20.15 horas en la Librería Artemis (Villa Benavente, 17), conoció esta obra en 1985 cuando realizaba un trabajo de campo sobre tradición oral en Tejerina con Simona Fernández. Fue Fausto Rodríguez quien le habló del episodio y puso en sus manos una copia escrita a máquina y fechada en los años 50.

La pasó a máquina y es la copia que se conserva. Los cuadernos originales —Raimundo asegura que cada yegüero tenía el suyo— se han traspapelado entre el paso del tiempo y las mudanzas. El cantar se incorporó a Romances vivos de la montaña leonesa y ahora resurge con la reconstrucción de la historia en la que surgió y el análisis literario que ha hecho el especialista, además de contar con un prólogo de Manuel Rodríguez Pascual, gran estudioso de la trashumancia.

Las lavanderas de Pedrajas. CARLOS ARRANZ SANTOS

«Son unos versos bien hechos, con su rima y medida y con fenómenos literarios como metáforas y paralelismos, fenómenos normales de la literatura popular», comenta Serrano.

«Tienen una conciencia literaria y manifiestan una sabiduría muy especial no esperable en sus circunstancias», apostilla. Así, de Palencia relatan el atropello de las yeguas por un coche.

El relato está sembrado de anécdotas como el atropello de las yeguas por un coche en Palencia que salieron espantadas y «las detuvo Tomasón con la garrota en la mano y echando maldiciones», la aventura con el herrador de Valladolid, que «no es que herrara bien las yeguas, pero soplaba los cuartos» o el caso del «madrileño usurero amigo de cobrar bien al que posase en su finca por donde pasa el cordel».

«Teníamos que procurar que pastaran las yeguas y aquel hombre nos pedía bastante dinero, pero nos hicimos fuertes y no quisimos dárselo», explica. Temían que el hombre regresara con la Guardia Civil, pero no ocurrió. Las 78 yeguas, con sus crías, «eran un capital y había que encontrar la comida y la dormida», explica. En La Gualenza coincidieron con un guardia civil de Joarilla de las Matas, que también aparece en el poema como recogido quedó el miedo a vender una yegua, a pesar de las 18.000 pesetas que le ofrecieron, porque «tenía que meter el dinero en el bolso y lo mismo me lo quitaban».

Fue al paso por una zona despoblada y propicia para los asaltadores de caminos. De amigos de lo ajeno hablan en la parte dedicada a Malagón, donde «en cada casa hay un ladrón, menos en casa del alcalde, que son el hijo y el padre», recita de memoria Raimundo Díez. El poema se convierte crónica histórica al despedirse de Castilla con la entrada en Guadarrama, pueblo que encontraron «derrotado de la metralla» que aún quedaba como prueba de la destrucción de la Guerra Civil.

Serrano rehizo el viaje de los yegüeros en 2017. SERRANO

De Puertollano, «pueblo importante», recuerdan que las barbas les llegaban por el pecho y que allí buscaron a un barbero después de lavarse en un reguero. «Nos cobró 12 pesetas por los cuatro». Era domingo, lo dice el cantar, pero iban con tanta prisa que «no esperaron ni el rosario». Ya estaba cerca su destino, Mestanza, «en toda España nombrada porque tiene tantas dehesas como días tiene el año».

El valle de Alcudia como casi toda Ciudad Real «había sido zona roja», recuerda y durante la posguerra «había mucha escasez y se pasaba mucha hambre, mi padre, que tenía que dar de comer a siete pastores, tuvo suerte y consiguió medio vagón de patatas», recuerda.

Gregorio Díez, el padre de Raimundo, fue el primer pastor de Tejerina que se independizó de las grandes familias ganaderas, como los Perales, que daban trabajo a los hombres de Tejerina y otros pueblos. Desaparecía la trashumancia ligada a las grandes familias y los pastores que se quedan sin trabajo, «no se arredran y surgen iniciativas como los rebaños de piaras», cuenta Manuel Rodríguez Pascual.

Los rebaños de piaras eran «auténticas sociedades mercantiles, con la misma organización y jerarquía que en las cabañas tradicionales, pero en las que los accionistas eran los propios pastores y las acciones consistían en lotes de 100 ovejas». Pastores de Tejerina, Prioro y alguno de La Remolina, en la Montaña de Riaño, llegaron a alquilar las dehesas del valle de Alcudia durante más de 25 años y algunos las tuvieron en propiedad. Fueron, en suma, «un ejemplo de la capacidad de cambio de estas gentes», dice Pascual. Sus hijos, como Raimundo Díez, ya no siguieron. El bajo precio de la lana y la mecanización del campo les empujó a buscar el pan y escuela para la larga prole de cinco hijas y dos hijos, en la ciudad. El yegüero jubiló de operario en la Vidriera.

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