CORNADA DE LOBO
Ni libres, ni iguales
Hay pocos edificios consistoriales nuevos cuyo salón de sesiones no sea, además de un insulto al buen gusto y a la moderación, una traición a la historia y al espíritu del concejo, la vieja gobernación horizontal de «homes libres», aquellas gentes liberadas de realengos, señoríos, encomiendas, obispalías o abadengos, «homes libres», título batallado por todo pueblo leonés que buscaba desencadenarse de la indignidad de ser vasallos sin fuero... libres e iguales, cada vecino un voto... y se juntaban en corro para que no hubiera nadie arriba o abajo, ni primero o último, cara a cara todos, vecinos en junta, ley sagrada (lo de la cuna del parlamentarismo es milonga, nadie se ofenda, pero el concejo sí es genuina cuna democrática, ¿y por ello lo desguazan o estorba?, ¿tan mal les suena «junta vecinal»?).
Aquellos pueblos aprendieron lo concejil del concilium de los frailes y monasterios (tantas veces franceses) que en principio les señorearon con colonatos o servidumbres y que fueron, además, los inventores del viñedo guapo y de la hacendera infame que obligaba a los vecinos a trabajar tres o más días al año para ellos aportando brazos, aperos, carros o materiales sin cobrar un ochavo, hasta que algún vecino ideó que lo mismo podría hacerse para el concejo, el común... y lo llamaron facendera... hasta anteayer... y hoy, fosfatina: ¡que vengan y la hagan los de la Imputación Provincial!, dicen.
Volvamos a esos salones plenarios con dos casos especialmente espantosos y petulantes: San Andrés del Rabanedo y Villaquilambre, pueblos cuyo salto de lo rústico a lo urbano (cuánta untadura dejó eso ahí) ha hecho delirar grandezas a más de un regidor con esos salones de aires basilicales (siempre imitando a curas) para sentarse en estrado altísimo, dejar a los concejales en palestra más baja y, finalmente, al pueblo al ras o en gallinero (si no se es igual, nadie es libre). Objetivo: distinguirse, vestirse de la autoridad que no se tiene (lógico que un alcalde villacalambrino, gañán y cazolero, titulara a su municipio «excelentísimo» para, así, ponerse él en su tarjeta «excelentísimo e ilustrísimo señor»).