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Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Melodías de motor y centauros de cuatro ruedas cagando millas y dunas vuelven, como cada enero últimamente, a desfilar a diario por toda sección de deportes.

Rugen los escapes y se rifan galletazos pistonudos, tan resultones hoy en pantalla. Es el heroico rally París-Dakar, hoy sólo Dakar, y su heroica mentira, pues de la capital francesa dejó de salir hace «titantos» años y a la capital senegalesa no llega ya desde hace diez, cuando «él vino en un barco... de nombre extranjero... a la América hispana... en su anochecer», y también esto es mentira, pues esta edición ya no cruza tierra argentina, chilena, boliviana y paraguaya, como antes, ahora solo pisa y pasa por Perú, diez etapas incas, casi todo cascajo y desierto, 5.300 kms. pedorreando gases por donde el aire es silencio, el silencio hambre y el agua arena.

Esta carrera se pinta siempre con mucha retórica hazañística y latiguillos de «extrema dureza» o «esfuerzo sobrehumano», cuando sabemos y vemos a la legua que toda esa gente está ahí haciendo lo que más les gusta y de lujo, que van equipados de cojones con los elementos mecánicos más avanzados y seguros, que van sentaditos en sus camionacos, toterrenos o motoracas, que llevan pegadito al culo su propio equipo de apoyo, que les asisten además helicópteros y satélites... y por si fuera poco, les pagan por ello y algunos cobran un Potosí, ese lugar boliviano que evoca cerros preñados de plata. Pero lo heroico o sobrehumano sería cruzar esas cordilleras y desiertos como lo hicieron los primeros extranjeros que llegaron a turbar ese aire, aquellos rudos conquistadores con sus armaduras y jamelgos, con sus fiebres y su sed... ese sería hoy un rally verdadero y más divertido que el más cruel de los realitys.

Por lo demás, lo de siempre: la «casualidad» lleva esta procesión de alardes automovilísticos a cruzar tierras y gentes de grave o extrema pobreza mirando atónitos tantísima riqueza rodada, quizá porque con lo que cuesta uno solo de esos vehículos comería toda su aldea durante siete años... y adiós un tiempo a la sopa de piedras.