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MAESTRO CON SALERO

El Bruce Springsteen de las campanas

Joaquín Alonso toca a ciegas las campanas. Y lo hace con una gracia, un sentido musical, como pocos. Y es que desde los siete años no ha dejado de tirar del badajo y ya va a cumplir los 81. En su afán de conservar la tradición fundó la escuela de Villavante en 1986 y ahora impulsa otra en su tierra natal de Zamora..

Jozquín Alonso toca todos los domingos en el campanario de la parroquia del Carmen de Veguellina de Órbigo. FERNANDO OTERO

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León

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ana gaitero | león

Veguellina de Órbigo es uno de los pocos pueblos, ya no de León, sino de España, en los que cada domingo tocan las campanas, a mano, para llamar a la misa. El maestro campanero Joaquín Alonso, que fue cartero de esta localidad y su contorna, falta pocas veces a esta cita ritual. «Si no vengo, me preguntan qué ha pasado», comenta.

El toque de fiesta, uno de los más difíciles y de los que le gustan, ha llegado a atraer a algunas personas a la plaza de España a disfrutar del arte del campanero. «Venía una madre con una niña pequeña que no se movía de la plaza, mirando al campanario, hasta Joaquín dejaba de tocar», comenta Antonio Martínez, de Palacios de la Valduerna, que le acompaña en la afición.

Joaquín Alonso es una joya del badajo. En Zamora, su tierra natal, le llaman el Bruce Springsteen de las campanas por la potencia, y el salero, con que maneja los bronces. Empezó a la edad de siete años como monaguillo en el convento de las Josefinas de la Santísima Trinidad de Villarrín de Campos, su pueblo.

También fue monaguillo en la iglesia parroquial de Villarrín. Recuerda que cuando tenía ocho años se decía la misa de novena del Cristo a las tres y media de la madrugada y tenía que subir a la torre a las dos y media para llamar a la feligresía con el repique de campanas. «Como las luces del pueblo eran entonces escasas y además lucían poco, pasaba miedo hasta llegar a la torre», recuerda. El bufido de la lechuza aumentaba el temor del chiquillo. Una vez arriba se pasaba el susto y, sin linterna ni vela, tocaba las campanas. Con el tiempo, la misa se retrasó hasta las siete de la mañana y se acabó el problema. Luego llegó el alumbrado público.

«El sacerdote que decía allí la misa, don Arcadio Flórez, que también la decía en Otero de Sariegos, me llevaba en bicicleta los domingos para ayudarle y tocaba allí las campanas». El año pasado, cuando el toque de campanas fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, Joaquín Alonso volvió a Otero de Sariegos para tocar para la Unesco. Sintió una gran emoción.

El muchacho mostró sus dotes con las campanas en el seminario de Astorga durante los cinco años que estuvo interno. Pero la carrera de cura no le prestó y se hizo cartero.

En 1963 se estableció en Villavante, pueblo de la comarca del Órbigo, que se ha hecho famoso por su escuela de campaneros. La fundó Joaquín Alonso en 1986 porque veía que se perdía la afición y le daba pena. Llegó a tener hasta veinte niños, también algunas niñas.

Con unas latas de escabeche y unos cantos rodados ideó un sistema de enseñanza de los ritmos para dar los primeros toques antes de subirse al campanario. Y no contento con esta primera lección, compró de su bolsillo unas campanas transportables de unos dos kilos para perfeccionar antes de tocar los bronces de la torre. Hace tiempo que Joaquín Alonso no enseña los toques ni toca en Villavante. Muchos le echan en falta en el encuentro anual. Recuerda aquellos años con mucho orgullo porque «llegué a tener hasta 22 niños», explica.

De buen oído y «mejores manos», matiza su amigo y compañero de fatigas, Antonio Martínez, Joaquín Alonso está contento con el rumbo que ha tomado la tradición en Zamora gracias a la Asociación de Campaneros Zamoranos, que preside Antonio Ballesteros. «En Zamora ya no se pierde, porque tienen afición y repican algunos muybien», comenta.

La asociación, que reúne a más de 80 campaneros, cuenta con una escuela itinerante gracias al campanario móvil sufragado con fondos de la Diputación Provincial de Zamora. «La riqueza que hay de toques de campanas en Castilla y León, sobre todo en León y en Zamora no lo hay en toda España», apostilla. «En Valencia tienen el volteo», comenta. Y mucha fama que hace falta fomentar desde estas tierras del oeste interior.

Alborada, para el amanecer; tente nube para las tormentas; rogativa para bendecir los campos y pedir agua; concejo, fiesta, vecera y fuego o rebato, angelus y oración, cada momento del año y también del día tenía su toque especial. El de difuntos, para anunciar la muerte de algún vecino o vecina tiene con diferentes toques. «Si el muerto es un niño se toca el din dan y se va diciendo: ‘Vas bien, bien vas; al cielo vas». Si se trata de una persona adulta, el número de esposas (toque con las dos campanas a la vez) desvela si es hombre o mujer: tres esposas para ellos y dos para ellas.

También tienen sus letanías los toques de tormenta: ‘Tente nube, tente tú; que Dios puede más que tú’. Que muchas de las campanas estén dedicadas a Santa Bárbara da una idea de la importancia que tenía este toque para espantar las tormentas con granizadas o pedrisco tan devastadoras para las cosechas. Se hacía, y aún se sigue haciendo en algunos pueblos de la provincia como Fresno de la Vega, la noche del 31 de enero al 1 de febrero.

El toque de vecera, para sacar los ganados del pueblo al campo, se acompañaba de la frase: ‘Lo que llevo, traigo; lo que traigo llevo’, que viene a decir que el pastor que sale con el ganado cuidará bien de que volver con las mismas reses que sale al campo. «El toque de fiesta es el más bonito de hacer porque hay más ritmos», añade.

Joaquín Alonso ha recuperado y grabado muchos de estos toques casi olvidados. «El de vecera, es el de mi pueblo, Villarrín de Campos; el de rogativa me lo enseñó en Villavante Manuel Calderón, un hombre que ya murió. Lo grabé porque me gustaba mucho y me costaba aprenderlo», explica. También aprendió el de alborada de un hombre del Órbigo.

Tanta afición se tenía en los pueblos que llegaron a encontrar la manera de dormir las campanas. Una maniobra muy peligrosa que ha costado la vida o heridas a algunos: «Se trataba de girar la campana sin que sonara», explica el maestro.

Joaquín Alonso se ha subido a tantos campanarios y ha tocado tantas campanas que ha perdido la cuenta. Pero no se olvida de lo bien que suenan las campanas de Torre de Babia y las de Huergas de Babia; también guarda buen recuerdo de la calidad del repique de las campanas del pueblo de Castellanos, cerca de Sahagún, o las muy cercanas de Villarejo de Órbigo, donde suenan tan bien las grandes como las pequeñas, comenta.

También ha participado en programas de televisión, desde Barrio Sésamo, con un equipo que se desplazó desde Sant Cugat, en Barcelona, para grabar en el campanario de Villavante, a la Televisión Galega y la Vasca, sin faltar la cadena de Castilla y León.

Ha tocado en el museo de Urueña, junto a Joaquín Díaz, y hasta en dos ocasiones en el famoso festival de Pingüinos de Valladolid, que reúne a moteros de todo el mundo. «Fue a las doce de la noche y con un campanario móvil», recuerda el entusiasta campanero. Todo lo hace «para que no se pierda» una tradición milenaria que corre riesgo de desaparecer si no se mima y se transmite a las futuras generaciones. El Conservatorio de León y muchos pueblos desde Palencia a Zamora, pasando por León, han disfrutado del arte de este campanero.

Joaquín Alonso lleva 40 años tocando en Veguellina de Órbigo y veinte casi de continuo cada domingo después de tomar el café en el bar Montaña. «Cuando se toca parece que es más fiesta», comenta. Luego asiste a misa y finaliza con el sabroso aperitivo de patatas en el bar. Todo un ritual.