El baile del ahorcado
Al este de Podemos
Podemos se ha convertido en un partido viejo porque es imposible cambiar el paradigma de la política. Estamos en la brecha de un cambio radical, pero las tensiones de siempre son las que obligan a que la dialéctica siga, aún, encorsetada en la misma manera de operar. Puede, también, que el paso del Rubicón protagonizado por Errejón suponga el retorno hacia las esencias con el que muchos soñaron en el nacimiento del partido, pero todo eso está por ver en un momento en el que la historia cambia de un momento eterno al siguiente sin que los casandras de turno parezcan reconocer que nada de lo que digan durará más allá de la próxima tertulia.
El camino hacia la irrelevancia que algunos glosan para el partido morado puede que no sea tan llano como las encuestas predicen. Hace apenas cuatro años, los mismos preveían que los de Iglesias serían primera fuerza y su intención de voto —eso que Tezanos llama simpatía— se iba a llevar al PSOE por delante. Mientras, los de Ferraz tenían pesadillas con el sueño vicario de sus camaradas griegos y Mariano Rajoy se fumaba un puro.
Hoy, Podemos no se diferencia del resto en nada, ni siquiera en la rapidez para acabar con la disidencia. Y en eso, como en otras tantas cosas, demuestran que son uno más, un partido que ha operado de manera conservadora, tanto como para darse cuenta de que las veleidades centrífugas pueden ser una fortaleza siempre que sus instigadores no tengan demasiado espacio para convertirse en Saturno.
Castilla es diferente. Aquí, al menos por el momento, Pablo Fernández mantiene la unidad de criterio. No hay, o al menos no es visible aún, un mar de fondo capaz de convertirse en resaca, pero las bases ya no están tan implicadas como antes. Puede que las tensiones políticas hayan aburguesado a la cúpula, que el sistema sea demasiado voraz como para mantener el sueño o simplemente todo se explique en que no hay nada más dictatorial que el imperio de las mayorías asamblearias. Pero ¡ojo! Sin una base social amplia no se conquista el cielo, sobre todo en una comunidad tan pegada a las viejas costumbres.