Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical Antonio Trobajo Díaz
León

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L a I Lectura de este domingo relata la firmeza seductora de un Dios enamorado que le encarga al profeta Jeremías ser testigo de su amor ante el mundo entero. Este amor que abraza y envía, es para el profeta fuente de seguridad, de gozo, de audacia, de victoria. «Lucharán contra ti, pero no te podrán». Por eso no tendrá miedo de abandonar sus seguridades y enfrentarse a quienes lo descalifican. Será otra persona. Como lo será el gran poeta Pedro Salinas, cuando canta su experiencia de seducido: «¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría…». El poeta es arrastrado por un amor que siente dentro, pero que necesita fuera muestras de que alguien le corresponda de verdad. Si así fuera («será desde un milagro»), sabe que la vida entera será muy otra. Todo habrá cambiado. Lo que no sea ese amor compartido carecerá de valor para él.

Desvelado por la fe el rostro del Amado («Tú, Señor, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud»), el arrebatado por ese amor se echará a los caminos a contar a todos las maravillas que está experimentando: la salvación que lleva a cabo el Dios que es su refugio y alcázar, y quien lo libra de la mano perversa (Salmo). Este arrebato amoroso carece de límites, «no pasa nunca», transforma por dentro y por fuera, empuja a entregarse de lleno a Quien nos ama y a sus cosas. Es un amor tan peculiar que los cristianos primeros tuvieron que usar una nueva palabra, agápe, un amor totalmente limpio y desinteresado, volcado en el otro (II Lectura).

Esta forma de amar es la que Jesucristo tiene hacia su Padre Dios y hacia sus pequeños hermanos. Ahí nace el Año de Gracia del Señor, como se proclamó en el Evangelio del domingo pasado. Por desgracia habrá quienes no lo quieran entender, porque, a su juicio, el mensajero no reúne las condiciones exigibles. A veces son los más cercanos («ningún profeta es aceptado en su pueblo»). Otros habrá que quieran prestar oídos al Amor (Evangelio).

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