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TRASTORNOS ALIMENTARIOS

Comer para llenarse hasta seguir vacío

Los trastornos del comportamiento alimentario se transforman con los cambios sociales. A la anorexia y la bulimia se suma el atracón, un cuadro complejo tratado hasta ahora por los nutricionistas. Apatca cumple ocho años en León con la asignatura pendiente de conseguir una unidad específica en el Hospital. Cada vez consultan más niñas menores de 10 años..

Asamblea de la Asociación para la Prevención y Ayuda de los Trastornos Alimentarios. JESÚS F. SALVADORES

Publicado por
carmen Tapia | león
León

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«La comida se regula cuando hay armonía mental y emocional». La psiquiatra Rosa Calvo Sagardoy, de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Hospital La Paz de Madrid, participará en León en una jornada que prepara la Asociación leonesa para la Prevención y Ayuda de los Trastornos del Comportamiento Alimentario (Apatca) el 29 y 30 de marzo para conmemorar el octavo aniversario de su fundación. Calvo es una de las cuatro especialistas que divulgarán en León los cambios de los trastornos de la alimentación, una modificación que camina al paso de las transformaciones sociales que abordarán también la psiquiatra María del Mar Faya Barrios, del Hospital Niño Jesús, el psicólogo Robin Rica Mora del Instituto Centta, y María del Mar Herrero, psicóloga de Adefab de Burgos.

A la bulimia y la anorexia se suma el atracón, un comportamiento hasta ahora gestionado en las consultas de los nutricionistas, por estar asociado a problemas de obesidad, pero que siempre fracasa con las dietas. «El atracón ha dejado a mucha gente sin diagnóstico y sin tratamiento adecuado porque no se ha considerado como un trastorno de la alimentación. Es un drama muy importante porque las personas que lo padecen pasan por ser obesas. El comportamiento mental es como una continuidad de la anorexia y la bulimia».

Calvo pone el acento en los problemas psicológicos que desencadenan los trastornos de la alimentación. «Detrás del atracón hay una mujer a la que se le ha construido una identidad como cuidadora, se le ha sustraído su protagonismo con una vida de deber y de obligación». Calvo va más allá y vincula muchos casos de abusos sexuales con el atracón y el bullying en el colegio con la anorexia «y las familias no lo saben porque las personas afectadas tienen la idea de que tienen que ser buenas, complacientes y no dar problemas».

Piden una unidad específica

A las consultas de la sanidad pública de León llegan una media de sesenta nuevos pacientes al año. La cifra barajada por la Gerencia Regional de Salud «no es suficiente» como para abrir en el Hospital una unidad específica para los trastornos de la alimentación, petición que avalan 4.000 firmas recogidas por la asociación. «Lo que la Gerencia Regional de Salud no tiene en cuenta es que la mayoría de las personas afectadas recurren a la asistencia de psiquiatras y psicólogos privados. En el Hospital pueden tardar hasta cuatro meses en darte una consulta», explica Yolanda Gago, presidenta de la asociación. Del despacho que la asociación tiene en el chalet de Padre Isla, espacio que comparte con otras asociaciones, sale una persona afectada con un trastorno de la alimentación a la que acaban de darle cita para una revisión dentro de ocho meses. «Desde que empezamos hace ocho años nos llegan una media de 40 personas al año. Hemos atendido 112 casos de anorexia —siete de hombres —, 61 de bulimia —nueve hombres— y tres casos de vigorexia». El 70% de las personas se curan pero hay un 20% en los que la enfermedad se cronifica. «La anorexia nerviosa es la enfermedad mental que más mortalidad tiene».

Los trastornos de la alimentación no siempre presentan «un cuadro puro sino que están incompletos, pero siguen siendo trastornos de la alimentación», asegura Laura Martín Pato, psicóloga leonesa especializada en estas enfermedades. Martín, que participó ayer en la asamblea celebrada por la asociación con una conferencia dirigida a las familias, asegura que sólo el 20% de los afectados llegan a las consultas. «El resto no está en tratamiento porque es una enfermedad que se oculta. Es difícil que las personas afectadas reconozcan que tienen un problema».

Martín Pato alerta del aumento de niñas de nueve y diez años que empiezan con problemas en la alimentación. «Es una enfermedad en la que intervienen muchos factores. Hay causas genéticas y biólogas que predisponen y puede haber una causa desencadenante, como puede ser un duelo, acoso en el colegio o una separación».

La psicóloga se dirigió ayer a las familias. «Cuando la enfermedad llega afecta a todos los miembros y no todos lo asimilan por igual». Los psicólogos especialistas en trastornos de alimentación se basan en el método Maudsley para explicar a los padres y las madres la mejor manera de ayudar a un hijo o hija con un trastorno de la alimentación. «Les decimos que sean como los delfines».

PADRES Y MADRES Como delfines

En el tratamiento, Maudsley, basado en la familia, los padres son considerados como recurso y parte de la solución de las dificultades alimenticias de sus hijos. El objetivo de este programa de intervención consiste en que los familiares aprendan habilidades de comunicación y de gestión de las situaciones relacionadas con los trastornos de alimentación, para convertirse en cuidadores que guíen a sus seres queridos con el problema y les ayuden durante el proceso de enfermedad, relacionándose con ellos de una forma más positiva.

«Hay padres y madres que son como canguros, sobreprotectores, y otros como rinocerontes, que obligan al cambio a la fuerza. Ninguno es el adecuado. El mejor ejemplo es el delfín, que sabe nadar delante para marcar el camino, al lado cuando necesita acompañar, o detrás cuando deja que camine solo».

El proceso de curación se centra en el paciente, «pero las familias están descuidadas», asegura la presidenta de Apatca. «Siempre están en alerta».

La psicóloga de la Asociación de Familiares de Anorexia y Bulimia (Adefab) en Burgos, María del Mar Herrero, asegura que hay que ayudar a las familias «para que comprendan qué es la enfermedad y el avance del trastorno porque de otra manera es imposible saber qué pasa por la cabeza de una persona enferma. Tienen que saber interpretar sus gestos». La asociación nació en 1996 para dar respuesta a las necesidades de las familias «que siempre se sienten angustiados». Herrero lanza un mensaje optimista. «Se puede salir y se puede curar» y para conseguirlo hay que ponerse en manos de un profesional. «La primera pauta que se les da a los padres y madres es no hablar de comida ni del cuerpo cuando se está en la mesa. Las familias viven todo el proceso de una manera angustiosa y tienen que comprender que ellos son los que deciden qué se come, aunque la persona afectada decida cuánto come».