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EL BAILE DEL AHORCADO

Arcadi Espada, sapere aude

León

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Están entre mis preferidas. Las columnas de Arcadi Espada en El Mundo son una demostración de que tan sólo una mente libre es capaz de contraprogramar la banalidad intelectual de los que van de heterodoxos desde la comodidad de la contracultura oficial.

A diferencia de la mayoría de ellos, el periodista catalán está dispuesto a pagar el precio de la disensión ideológica. Lo hace siempre, sin responder por sus opiniones y análisis más que ante sí mismo, en una batalla en la que pone en cuestión verdades demasiado cómodas, excesivamente fáciles de digerir, un poco a la manera de Rousseau en Sueños de un paseante solitario. En el cuarto (paseo) el filósofo francés distingue entre la verdad según el mundo y la sinceridad selon soi. Si la primera depende de la opinión, de la apariencia, de las falsas convenciones sociales, la segunda nace de la voz interior del sentimiento. Para Rousseau el corazón no sabe mentir. Arcadi Espada se niega en sus vagabundeos intelectuales a que nada ni nadie se inmiscuya en su capacidad analítica, en su disección de la realidad, en su vocación por la verdad, en suma. Le da igual si con ello provoca la indignación de los demás. No hay equidistancias que valgan. Al final, para el escritor sólo parece haber un juez: él mismo. Hay pocos, por no decir ningún otro columnista capaz de enfrentarse a la intemperie del rechazo general.

Esta cualidad, que debería ser un motivo de elogio, se convierte en esta España de papanatas en una razón para montar un oficio de tinieblas en forma de show televisivo, un plató en el que las velas se van apagando para llegar a la traca final del bochorno y la indignidad.

Se ha intentado acabar con el prestigio intelectual de un escritor que en cada columna invita a que nos arriesguemos a pensar. Fue todo tan vil y barato que ni siquiera vale la pena dedicarle una opinión. Arcadi Espada sólo tiene un tribunal, el de su conciencia. Gracias y bravo.

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