Silvia
Estaba llamada a serlo todo en el PP y lo habría conseguido si no le hubiera puesto tanto énfasis. «Mamá manda mucho», dijo su hijo el día en que la hicieron presidenta de las Cortes, un cargo con el que trataron de eclipsarla y que ella convirtió en un escenario para demostrar que tenían que hacerlo mejor si querían que su foco se apagara. Reconvirtió un puesto de retirada, ahí tenemos a José Manuel Fernández Santiago o a Josefa García Cirac, para transformarlo en la palanca para seguir en primera línea de la política. Voló demasiado alto. Como Ícaro, se arriesgó demasiado, deslumbró demasiado, y alguien decidió entonces que había llegado el momento de cortarle las alas.
Ayer, con una intensa puesta en escena en la que incluso se permitió la emoción, Silvia Clemente representó su tocata y fuga, una huida —ya veremos si hacia delante o hacia algún refugio en el que esperar días mejores— en la que deja atrás no sólo su puesto sino el partido que se lo dio todo.
Demasiado lista, demasiado rubia —aunque últimamente lo ocultara—, demasiado ambiciosa, un pecado que a las mujeres no se les permite a no ser que la gula por triunfar —en el caso de los hombres se llama aspiraciones legítimas— vaya acompañada de la dosis justita de inteligencia. Silvia Clemente lo tenía todo para serlo todo y, por esa misma razón, perdió.
No es la primera que deja el barco del PP. Algunas huidas han tenido menos importancia, pero tienen un denominador común: el partido se derechiza y no hay sitio para según qué ideas. Un ejemplo de este proceso ha sido el borrador de la ley LGTBI, que el PP de las Cortes ha tratado de manera inmisericorde de frenar en una carrera hacia un pasado que destiñe. Dicen que hacía tiempo que sabía que ya no tenía encaje en las listas. Se va sin mirar atrás y con todas las consecuencias —«Alfonso Fernández Mañueco es una persona que no tiene palabra, no tiene capacidad y carece completamente de liderazgo»— y deja una sensación de que hay algo más, de que nadie hace mutis con tanta violencia y dramatismo si los dioses no han marcado ya su destino.