En blanco y negro

Notas que te haces viejo porque imaginas el pasado con una luz que no se corresponde con la que ilumina el mundo. No hay nada que pueda competir con la nostalgia y sólo así pueden entenderse las palabras de Maximino Barthe. «La política era un orgullo y la gente te respetaba por estar trabajando y ayudando a los demás. Una dignidad política que echamos de menos». Bien. Quien habla así admite que ya no encara su vida de frente, que se ha convertido en estatua de sal, que el pasado le pesa demasiado como para que la memoria sea capaz de desenvolverse sin el lastre de la tristeza. Demasiada complacencia.

Pongamos la frase en modo activo, hagamos a los ciudadanos el sujeto de la reflexión: una sociedad recién parida por un régimen dictatorial que no estaba preparada para el análisis certero ni para el criterio en libertad. Estábamos en la edad de la inocencia, un tiempo en el que todo estaba por hacer y que dependía por lo tanto de una ‘elite’ que hacía y deshacía a su antojo. Había desconocimiento, prudencia, y puede que demasiada algarada por el recién estrenado status. Eso es todo.

La melancolía tiene un grave problema: es falsa, un invitado que nos filtra la realidad y la convierte en el producto de lo que creemos que somos. La gente siempre es la misma gente. Quien se haya asomado a los clásicos lo sabe. La codicia, la mentira, la envidia, la corrupción... nada de eso es una noticia nueva (pleonasmo), de la misma manera que la dignidad, la probidad y la clase nos salvan de la desesperanza, ahora como entonces.

Hablaba Nietzsche de la «admiración ingenua del éxito» que gasta la historia ganadora y defendía que la verdadera virtud consiste en levantarse contra la tiranía de la realidad y nadar contra la corriente histórica.

La memoria tiene demasiada carga de imaginación y muy poco de realidad. No hay que ser afable con uno mismo ni demasiado exigente con los demás. Todos somos herederos de nuestros padres y todos somos siempre los mismos.