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GARCÍA TRAPIELLO
León

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Tiene su gracia esa manía y tiene su intríngulis el por qué. Me refiero a que en León siempre cae gracioso o aplaudido -ya sea entre gente de izquierda o derecha- soltar algún cagamento o mofa si en el horizonte de la charla asoma Rodolfo Martín Villa, ese chivo paramés y expiatorio que le sirve de mil maravillas al cazurro para aliviarse de cualquier culpa que lleve en su morral. Y cosa rara: este es el único tema -el único, créeme- en que parecen estar de acuerdo los leoneses... y los de «León sin Castilla y que se joda Martinvilla», a voces. Resumido: toda la culpa es de Martín Villa. Y si no de él solo, sí del que más. Hágase, pues, obligatorio bufar al oír su nombre.

En la derecha suya comenzó el desprecio desde aquella sorpresiva puñalada que le metió uno de los suyos, Brutus Moranus (¿tu quoque, filii mi?), con su portazo a la UCD y su inmediata caída del burro ante las puertas del Damasco leonesista, fe que abrazó para poder armar los tiberios por su cuenta y asustar a propios, a extraños y a Pucela, esa hidra. La tirria de la izquierda es más de libro: RMV fue clave en el franquismo, después ministro de Interior con sangre en el galón, peón del gran capital y un vendepatrias... ¡pa qué más!...

Conclusión: Muérdele los zancajos en público si quieres caer bien a gente de esta tribu que no conozcas.

Pero a este Rodolfo «nuestro» le harán el 26 de junio consejero de Técnicas Reunidas, empresón de 10.000 millones en cartera de pedidos, ¡a sus 84 años! Ajetreada «jubilación» la de este paisano: cuando el marrón del Prestige, le encalomaron su mal arreglo; después, presidente de Endesa; al poco, Polanco (Prisa) le hizo presidente de su marca-joya, Sogecable. Hoy es también consejero en otras tres grandes firmas. Pero el deporte leonés es ponerle a parir, aunque algo tendrá ese agua si tanto la bendicen. León no ha sabido reconocerle, usarle, y así se pierde sus altas influencias, tan necesarias hoy. Necio desdén, porque es muy idiota olvidar que «más caga ese buey que las cien golondrinas que aquí papean». Así que se dirá él: «a donde no te llaman...».