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Liturgia dominical ?Florentino Alonso Alonso
León

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L a solemnidad de la Santísima Trinidad es como una invitación que Dios nos hace cada año a meditar su misterio de vida y de amor. Dios es Trinidad, tres personas divinas, pero un solo Dios verdadero. La Iglesia en Occidente ha querido dedicar un día especial: «al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en dignidad» (cf. Prefacio de la Misa).

Los textos bíblicos muestran algunos aspectos de ese Dios Uno y Trino. Es Creador de todas las cosas que goza con los hijos de los hombres (Prov 8,22-31) y hace al hombre «poco inferior a los ángeles», coronándole «de gloria y dignidad», dándole «el mando sobre las obras de sus manos» y sometiendo todo «bajo sus pies» (Sal 8,4-9). Es Salvador que nos justifica (Rom 5,1-5): la reconciliación ya se nos ha dado como regalo inmerecido. Dios se muestra en la cruz de Jesús como un Dios amor que se da a sí mismo pese a no merecerlo nosotros. Es Santificador que derrama su amor en nuestros corazones al comunicarnos su Espíritu (Rom 5,1-5). Este es Revelador que nos conduce hasta la verdad plena, haciéndonos conocer al Padre y al Hijo (Jn 16,12-15). Ese Dios Uno y Trino es Amor que quiere hacernos hijos en el Hijo por la efusión del Espíritu Santo. El Dios cristiano es Trinidad de personas que viven en perpetuo movimiento de amor; amor que se expresa en una comunión perfecta.

Tal vez nos resulte difícil comprender este lenguaje tan abstracto y, hasta cierto punto, confuso. Pero el misterio de fe que celebramos nos recuerda que Dios es unidad y diferencia, amor y unión. Lo diferente puede vivir unido gracias al amor. Al contemplar el misterio de Dios Trinidad, los que hemos sido creados a su imagen, constatamos que todos somos diferentes, pero estamos llamados a vivir unidos. De la Trinidad recibe cada cristiano la vocación a vivir en comunidad y a ser consagrado en la verdad, que es camino para la vida misma de Dios.