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Alfonso IX en la recreación de las Cortes de 1188 que se teatralizó el sábado en la plaza de Santo Martino.

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León

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Alfonso IX no había cumplido los 17 años cuando accedió al trono de León, en enero de 1188. A los pocos meses reunió la Curia regia en el claustro de San Isidoro, en la que se considera las primeras cortes con participación de todos los estamentos —artesanos y burgueses además de nobles y clero— y que dieron al parlamentarismo. «Puesto que a todos compete, que todos sean llamados», dijo aquel hombre que acababa de acceder a la mayoría de edad con una corona muy disputada en la cabeza. El rey era joven y estaba solo y sin apoyos. Además de la tensión que mantenía con su primo el rey castellano Alfonso VIII, contaba con el odio incondicional de su madrastra.

Apenas tres años después, el rey decidió hacer otra jugada maestra para defenderse de las embestidas de su primo sobre las fronteras del reino leonés y quiso reforzarlas con un matrimonio de conveniencia con la infanta Teresa de Portugal, una joven de 16 años de la que quedó prendido desde que la vio por primera vez en Guimaraes, donde se casaron en 1191.

Al joven reino de Portugal le interesaban las alianzas y la lucha contra los sarracenos se sumó como otra razón de peso para la alianza. «Alfonso IX entregó varias posesiones en el reino leonés a su mujer Teresa en concepto de dote, y quedaron en garantía a favor de los portugueses los castillos de Carpio, Alba de Liste y Cabrera. En cierta manera quedaba así el leonés vinculado al rey de Portugal», señala la investigadora Paz Romero Portilla.

Sin embargo, tras cinco años de matrimonio y tres criaturas como fruto, la anulación de la boda dejó a Alfonso IX compuesto y sin reina. Aunque no tardaría en desposarse con Berenguela de Castilla (1194), una guerrera descendiente de Ricardo Corazón de León, que le dio otro hijo, Fernando.

El matrimonio, al igual que el anterior, fue anulado por cuestiones de parentesco con la iglesia. A partir de este momento, o quizás ya antes, entran en la vida de Alfonso IX al menos cuatro amantes o concubinas. La más estable y duradera fue su relación con Teresa Gil de Soverosa, portuguesa igual que su primera esposa, pues se prolongó durante al menos doce años.

«El concubinato era una relación no bendecida por la Iglesia, sin embargo era una forma de matrimonio civil que contraían voluntariamente los miembros de la pareja de manera pública», explica Inés Calderón. La mujer debía ser soltera o viuda y el hombre soltero.

Aldonça Martins de Silva es otra de las amantes conocidas de Alfonso IX y en la lista se cuentan otras dos amantes y hasta 19 descendientes de este rey que el sábado volvió a León en la recreación de las Cortes de 1188.