La juventud de Jesús
E n su exhortación Christus vivit, el papa Francisco nos recuerda que Jesucristo siempre es un ejemplo para los jóvenes.
Como sabemos, las últimas imágenes de Jesús niño son las de un pequeño para el que su familia tuvo que buscar refugio en Egipto (cf. Mt 2,14-15) y que más tarde pudo ser repatriado en Nazaret (cf. Mt 2,19-23).
El evangelio de Lucas muestra a Jesús en plena adolescencia, dialogando con los doctores de su pueblo en el templo de Jerusalén (Lc 2,41-51). Ya desde la adolescencia, la relación de Jesús con el Padre era la del Hijo amado. De hecho, atraído por el Padre, crecía ocupándose de sus cosas: «¿No sabíais que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49) (ChV 28).
Comentando este episodio, el Papa subraya que Jesús no creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José, sino que se movía a gusto en la familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos. Por eso, al regresar de Jerusalén, «José y María estaban tranquilos pensando que caminaba libremente entre la gente, yendo y viniendo entre los demás, bromeando con otros de su edad, escuchando las narraciones de los adultos y compartiendo las alegrías y las tristezas de la caravana» (ChV 29).
Regresando a Nazaret después de la peregrinación, estaba sujeto a José y a María (cf. Lc 2,51). Según el evangelio, «crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Es decir, estaba siendo preparado e iba profundizando su relación con el Padre y con los demás (ChV 26).
Después de años de silencio y de trabajo, en un taller aldeano (Lc 2,52), Jesús aparece como un joven adulto, pasando como uno más entre los curiosos y peregrinos que bajan al río Jordán, para hacerse bautizar por Juan el Bautista (cf. Mt 3,13-17) (ChV 24).
Su bautismo fue aprobado por el Padre celestial: «Tú eres mi Hijo amado» (Lc 3,22). Desde allí, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto. Según el Papa, «cada joven, cuando se siente llamado a cumplir una misión en esta tierra, está invitado a reconocer en su interior esas mismas palabras que le dice el Padre Dios: «Tú eres mi hijo amado» (ChV 25).
En la plenitud de su juventud, Jesús comenzó su misión pública y así «brilló una gran luz» (Mt 4,16), hasta entregar finalmente su vida. Este final no era improvisado, pues toda su juventud había sido una preciosa preparación. Jesús dio su vida en una etapa que hoy se podría calificar como la de un adulto joven (ChV 23).
De estos datos evangélicos deduce el papa Francisco que, en su etapa de joven, Jesús se fue «formando» y preparando para cumplir el proyecto que el Padre tenía para él. Su adolescencia y su juventud lo orientaron a esa misión suprema. Toda su vida es un ejemplo para los jóvenes de siempre.