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Publicado por
León

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A 80 kilómetros al noroeste de la ciudad boliviana de Santa Cruz, al pie de la cordillera de los Andes, se ubica la colonia Okinawa I, próxima a cumplir 65 años, así llamada por sus fundadores en recuerdo a la isla japonesa de sus orígenes.

Muchos de los pioneros que aún viven hablan solo japonés o el dialecto okinawense, como el presidente de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, Yukifumi Nakamura, que conversa en japonés gracias a la traducción que realiza del secretario general de esa entidad, Satoshi Higa.

«Nos sentimos agradecidos con el Estado boliviano por permitirnos establecernos aquí como migrantes», afirma Nakamura, quien recuerda que la llegada de los okinawenses al país fue posible gracias a las primeras migraciones niponas muchos años antes. En concreto, hace 120 años, una efemérides que celebraron hace solo unas semanas con la visita de la princesa Mako, sobrina del actual emperador Naruhito.

CIENTO VEINTE AÑOS ATRÁS

El aniversario se empezó a conmemorar en enero con una exposición en La Paz, capital de Bolivia, que explicaba que el proceso migratorio se divide en una etapa previa y una posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En la etapa previa, que comenzó en 1899, los primeros inmigrantes llegaron a Perú para trabajar en plantaciones de azúcar, pero muchos las abandonaron al no poder soportar las condiciones laborales precarias. Ese año, 91 nipones decidieron trasladarse a Bolivia para dedicarse a la extracción del caucho en el norte del departamento de La Paz.

Como las condiciones tampoco eran las mejores, muchos regresaron a Perú o se trasladaron a otras regiones en el norte boliviano, pero sin poder volver a su país.

El periodo de la Segunda Guerra Mundial no fue sencillo para los japoneses afincados en Bolivia, ya que las relaciones entre ambos países se rompieron en 1942 y su embajada estuvo cerrada hasta 1955.

Tras la guerra, las relaciones se restablecieron y se abrió una nueva etapa de inmigración en la que el destino fue la región oriental de Santa Cruz, hoy la más próspera de Bolivia.

Un decreto de junio de 1953 del entonces presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro abrió «las puertas a la inmigración japonesa», según reseña una placa conmemorativa colocada junto a un monumento del político en la plaza central de Okinawa.

Paz Estenssoro, fallecido en 2001, fue llamado por ello el «padre» de la colonia, que recuerda con cariño que el exmandatario «acostumbraba decir que el acontecimiento más notable de sus cuatro gestiones como presidente era el haber recibido a los inmigrantes japoneses en Bolivia».

UNA TRAVESÍA DIFÍCIL

Ninguna migración es sencilla y ésta no fue la excepción, pues la travesía de los okinawenses comenzó en el puerto de Naha, desde donde se trasladaron en buques que bordearon Asia y África, para luego atravesar el Atlántico y llegar finalmente al puerto brasileño de Santos.

Luego emprendieron viaje a Bolivia en tren, según refleja un mapa del Museo Histórico Okinawa Bolivia. Nakamura, presidente de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, recorda que los primeros inmigrantes se establecieron en un lugar al que llamaron Uruma, a unos 40 kilómetros al este del actual enclave, cerca del río Guapay.

«La tragedia sobrevino a los dos meses de su llegada por una enfermedad febril similar al hantavirus», relata por su parte Higa, secretario general de la asociación. La epidemia fue tan dura que en diez meses murieron quince personas, lo que, junto a los desbordamientos del río Guapay, motivó al traslado a la aldea de Palometillas, hacia el oeste.

El problema, explica Nakamura, fue que allí «no había la opción de aumentar más tierras para producir», que se agravó con la lejanía de otro río, el Piraí, por lo que tuvieron que volver a moverse hacia el este, a su actual territorio.

Los traslados supusieron dos años perdidos en los que los inmigrantes «sufrieron mucho», pero gracias al «esfuerzo mancomunado de todos» pudieron establecerse, destaca el dirigente.

SUBSISTENCIA COMPLICADA

Nakamura tenía 22 años en 1963, cuando llegó a Bolivia desde su Japón natal, y actualmente tiene 78, está casado y tiene seis hijos. Con todo, ya lleva 50 años trabajando como representante agrícola o municipal de su comunidad, un lugar que «es como un paraíso, es lo mejor», señala. Pero no siempre fue así, pues confiesa que si hubiera estado «económicamente mejor» cuando llegó «lo más probable es que me habría mudado a Brasil o Japón. Por estar pobre es que me he quedado por acá», sentencia.

En sus tiempos debían abrir sendas con hacha y otras herramientas para el paso de los carretones. Además, cada cierto tiempo debía viajar a la ciudad de Santa Cruz, que «tampoco era tan desarrollada como ahora», por lo que era complicado conseguir alimentos como arroz, harina de trigo o manteca, rememora Nakamura.

Otro problema fue el clima, pues «cuando necesitábamos agua, no teníamos, y cuando no la requeríamos, teníamos inundaciones y riadas», según Higa, que es nikkei o hijo de japoneses nacido en Bolivia. Eso motivó a que muchos colonos emigraran a Argentina o Brasil, que se mudaran a la capital del departamento, Santa Cruz, o que retornaran a Japón. Se calcula que en la primera década de la colonia llegaron más de 3.300 japoneses en distintos periodos, de los que quedan alrededor de 300 y otros 600 son su descendencia, según Nakamura.

VESTIGIOS DEL SUFRIMIENTO

Cuando la colonia cumplió medio siglo, los pioneros vieron necesario «dejar algo que marcara en la historia la llegada a esta tierra», lo que dio lugar a la creación del museo, señala Higa.

A petición de la Asociación, empezaron a donar todo tipo de artefactos en desuso pero que fueran significativos en «la historia de la conformación de la colonia Okinawa», según Higa.

Las dificultades de los primeros años se evidencian en centenares de fotografías en blanco y negro, o herramientas de agricultura y carpintería, entre otros objetos.

«También está una campana, obsequio del presidente Paz Estenssoro a los primeros colonos, que se usó inicialmente para convocar a fiestas o reuniones, pero luego se convirtió en un sonido agorero sobre las muertes causadas por la epidemia», relata Satoshi Higa.

«Los pioneros sienten que su tiempo ya está pasando, por lo que esperan que sus descendientes se encarguen de gestionar nuevos proyectos para mejorar la comunidad», concluye Yukifumi Nakamura.

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