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León

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ana gaitero  

En Villavante doblaron ayer las campanas durante una hora y media. Con muchos toques de fiesta, pero también alboradas, tente nube, oración, concejo, vecera y rogativas para que caiga el agua. Se cumplían treinta y tres ediciones de devoción y afición por este lenguaje universal que en cada pueblo tiene su toque y en Villavante es una Manifestación de Interés Turístico Provincial.  

Alrededor de la iglesia estaban las mujeres con los cuadernos de inscripciones, hasta 47 llegaron a tocar, y las rifas y el público arremolinado en la acera con los ojos abiertos y los oídos atentos. Los árboles con papeles de colores y nombres de campaneros que han sido en el pueblo y en la contorna. Una obra artística y un ejercicio de memoria que hicieron los campanerines por la mañana para rendir homenaje a quienes han transmitido la tradición con su arte y dedicación.  

La afición hay que cogerla desde la infancia, asegura Luis Baldó, un joven madrileño que empezó a los siete años y ahora ha conseguido que las campanas vuelvan a sonar en la iglesia de San Ildefonso o la catedral de Alcalá de Henares. «Estamos investigando cómo eran los toques porque yo llegué conociendo campanas mudas, estaban ahí y no sonaban. Me presenté a algunas parroquias y algunos lo vieron bien y otros nos mandaron para casa», comenta.  

Ahora son una agrupación que cuenta con jóvenes, también mujeres, y alguna madre que se ha animado a tirar del badajo. «A las campanas hay que tocarlas como a un amigo, con un golpe fuerte y con cariño. No hay que abusar ni carecer», explica el muchacho.  

«Somos una especie a proteger», afirma Laurentino, mientras lamenta que en algunos pueblos ya molesten hasta las campanas por causa del turismo. «Igual que acogemos a los turistas ellos tienen que adaptarse», apostilla el joven. Siempre con un horario cabal, añade Gumersindo Fernández Matilla, de Villares de Órbigo. De diez de la mañana a diez de la noche les parece bien.  

Gumersindo toca a oración. Lo ensayó un poco en el pueblo «para orientarme». No falta a la cita por colaborar con Villavante. Y es que a base de esfuerzo y colaboración, admite el presidente de la Asociación Cultural y Deportiva Guays, Julián Villadangos Celadilla, que junto con la Escuela de Campaneros de Villavante organizan el evento.  

«¡Hay muchos brazos dormidos, que suban a tocar!». Luis León, un zamorano de Revellinos del Campo que no falta a la llamada del badajo en Villavante cada mes de agosto desde aquel primero encuentro de 1986, anima a que todos los que saben, toquen, volteen o repiquen.  

Igual que hace cada año el señor Santiago Calderón, de 96 años, que tampoco ha faltado a una sola cita en Villavante. Aprendió de niño, como todos, y durante muchos años fue el encargado de realizar los toques. Se le recuerda especialmente por el volteo de las campanas para la procesión de la rogativa.  

El toque manual de campana tuvo este año su reconocimiento por el Ministerio de Cultura y Deporte como Manifestación del Patrimonio Cultural Inmaterial y todos estos brazos y muchos más trabajan para que la Unesco lo reconozca como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. La fiesta contó con presencia del vicepresidente de la Diputación, Matías Llorente, y la diputada Avelina García. Y se cerró con bailes regionales y un guiso de patatas y carne para unos 300 comensales.