La cara de Ayuso
aqueadita, modosita en modo moda, menudita, resueltita a veces amagando insolencia ursulina, algo pija cum laude y como «con la cara lavá y resién peiná», Isabel Díaz Ayuso era una total desconocida en la España alante y casi también en su Madrid, donde el día 14 será coronada reina de los mares interiores, presidenta de esa comunidad tras una carambola electoral y con los aparatos ortopédicos que le prestan los de Vox para que ande derechita en derechón por el bulevar de los pactos con colinón... y con cola de milano por timón.
A una semana de su coronación, mucho le incomodó a esa presidenta «in péctore» (¿debería decirse «in péctores» en el caso de una mujer?) el que la Fiscalía Anticorrupción haya solicitado a la juez del caso imputar a Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes -mentoras y aupadoras de esta Isabel refulgente- en la financiación guarrilla del PP, pieza aparte que va trenzada al mondongo cartaginés de la operación Púnica.
Patata caliente. Sopla, mujer... que «».
Y vaya si sopló. Aún resopla como aliviándose tras el desprendimiento de esa cornisa del Casón Popular que le ha caído de refilón a los pies. En enero dijo que le gustaría tener cerca a Cifuentes y Aguirre porque «son un valor, quiero contar con ellas», pero en agosto -oliendo a banquillo las rubias de bote- se desmarca: «Soy otra persona, tengo otro perfil, otra etapa, otros proyectos», añadiendo que su nexo con las dos expresidentas solo era el de cualquier otro militante del PP (y era umbilical).
Isabelita traidorzuela, debió pensar la Cifuentes que la nombró viceconsejera y que, con una tristeza elegante, le puso en tuiter una cita de Ghandi: «»... por no decir «nenita, no farolees».
Llama Freud a lo de Ayuso «matar al padre» (aquí el género pide madre). En Cabañaquinta dicen «si quiés conocer al tu vecín, daile un carguín». Resumido: la cara de Ayuso es mucha cara, aunque vaya en cabecita de divina garza.