«Australia es un espejo en el que mirarse para valorar las merinas»
ana gaitero
«Los ganaderos australianos son muy conscientes tanto de la viabilidad y relevancia económica de la raza merina —a lo largo de la historia y en su momento actual— como de la importancia de preservar, cuidar y engrandecer esta enorme fuente de riqueza ininterrumpida en el país desde el primer tercio del siglo XIX».
Los ovejas no son las únicas protagonistas del nuevo libro de Román Álvarez, , pero el mundo ‘pastoril’ de Australia y Nueva Zelanda, una auténtica industria ganadera, ocupa varios capítulos de esta publicación que es el resultado de los dos viajes a las Antípodas, el primero de ellos invitado por la Fundación Vista Linda a la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, y el segundo con un periplo que incluyó las principales ciudades australianas y la granja de Bruce y Carol Tylor en Gunnegalerie, en el interior del país continente, donde pudo contemplar «un auténtico mar de merinas», pues la ganadería que crían no baja de los 20.000 ejemplares.
La conexión con su tierra de nacimiento, Abelgas, y su condición de Pastor Mayor de los Montes de Luna, título que ostenta con orgullo, invitaban al viajero a fijarse de modo especial en este aspecto de la cultura y la economía australiana y neozelandesa. Máxime después de las lecciones aprendidascon Manuel Rodríguez Pascual, cuyos libros ocupan un lugar privilegiado en la biblioteca que tiene abierta, verano e invierno, en la que fue panadería de su padre.
A los estudios de Pascual se debe que hoy se sepa mejor que nunca que las merinas que llegaron a Australia «descendían de las cabañas de El Escorial y Negrete, las cuales utilizaban asiduamente los puertos de León para alimentar a sus rebaños», recuerda Román Álvarez. La cabaña Real de El Escorial, que gestionaban los monjes jerónimos, «tenía su ropería en la localidad de Truébano de Babia», mientras la cabaña de Negrete «alimentaba a sus merinas en verano en los pastos de Valdeburón, en la montaña leonesa de la zona de Riaño». La cabaña segovina de la Cartuja de El Paular también llegó a Australia.
El matrimonio australiano había visitado las montañas de Luna, Babia y Laciana en 2016 para conocer los ricos pastos de alta montaña donde aún pasan el verano varios rebaños que, entre todos, alcanzan a duras penas la macrocifra de su ganadería. Vinieron con la curiosidad, no exenta de romanticismo, de conocer los ‘santos lugares’ de sus merinas. Si a la pareja les impresionaron las verdes praderas y los macizos de caliza en las que se enriscan las merinas como las cabras, en el viaje de Román Álvarez el Parque Nacional de Morton, en Nueva Gales del Sur, «un auténtico paraíso», tiene un atractivo a mayores del que encuentran caminantes, ciclistas o aficionados a la fotografía para disfrutar y captar su «naturaleza salvaje y a la vez cuidada».
Y es que «por sus proximidades discurrió en el siglo XIX la Ruta de la Lana (), que a mediados de dicho siglo conectaba la ciudad de Nerriga con la Bahía de Jervis». Una ruta que quedó en desuso al ampliarse los terrenos para dar de comer a las ganaderías que no paraban de aumentar y también porque «los mercados lanares quedaban muy alejados».
Como curiosidad, que habla de los turbios orígenes del país, apunta el autor que en la vieja Ruta de la Lana «trabajaron varias decenas de convictos al cuidado de un veterano de las guerras napoleónicas en la Península Ibérica: el coronel John McKenzie, que luchó en España al lado de Wellintong y acabó asentándose en Nerriga». Quién sabe si no pasó también cerca de León o por Salamanca, donde ha hecho su vida y su familia Román Álvarez desde que fue a estudiar a su universidad allá por los años 70.
Hay nombres en Australia indisolublemente unidos a las merinas y que adquieren un valor muy simbólico para un luniego. Como Parramata. «La razón es que por este río arriba y hasta las colinas del mismo nombre entraron las ovejas de esa raza en su primer asentamiento: la famosa Elizabeth Farm del no menos famoso capitán MaArthur, considerado como el padre del merino australiano». Hoy en día un ferry comunica a Sydney con este lugar al que «llegaron las primeras ovejas merinas que llegaron a Australia».
El ganado, acostumbrado a las dehesas del sur y los pastos de alta montaña como las leonesas, se aclimató a los pastizales de Australia, que en la actualidad esquila unos 78 millones de ovejas, casi todas merinas, y a Nueva Zelanda, que cuenta con 40 millones, aunque las merinas son minoría.
Y a ver canguros en lugar de lobos. El animal autóctono de Australia, sobre cuya presencia alertan las señales de tráfico en este país, se puede contemplar desde la vivienda de los Taylor al atardecer, como relata el viajero.Pero hay que tener cuidado. «Qué duda cabe que son animales simpáticos, pero también pueden resultar dañinos porque cuando la comida escasea, se las apañan para romper las alambradas de los cercos y penetrar en zonas reservadas a las ovejas», explica.
La ciudad charra mantiene vínculos especiales con las Antípodas a través de la Fundación Vista, que preside Jayne McKelvie. Esta fundación es la responsable de las redes que se han tejido entre Australia y Nueva Zelanda con León, y en particular con su tradición merinera, con el patrocinio de los premios al ganadero emprendedor en la Fiesta del Pastor de Los Barrios de Luna, la visita de los Taylor a León y Extremadura y el impulso de un proyecto para la mejora genética de la merina española.
El periplo sirve de excusa a Román Álvarez para pedir que se tome ejemplo aquí. «Australia es un espejo en el que mirarse para valorar las merinas, tanto los ganaderos, como las administraciones que tantas trabajas les ponen y la sociedad leonesa en su conjunto», comenta. Australia, se ve en su libro, es un país donde los esquiladores, como Tom Brough escriben libros autobiográficos y a los ganaderos se les tiene en estima y gozan de un enorme prestigio social. Como la nobleza de la Mesta perviviera en las Antípodas.