Diario de León
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León

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a gusto recordar los grandes valores que han encarnado las buenas personas. Uno de ellos, que hoy anda a la baja por nuestro egocentrismo, es la fidelidad. Fidelidad entendida no como hija de normas o de convenios o de exigencias comerciales. Fidelidad que nace del amor que debemos a alguien y que, por tanto, es, por definición y por experiencia, firme, alegre y exigente. Un ejemplo de nuestros ambientes es la costumbre de «guardar ausencias», tan común hace años entre la población femenina en tiempos de guerra o de emigración. En la mitología esta virtud la encarna el personaje de la hermosa Penélope, la esposa de Ulises, héroe de la guerra de Troya perdido por todos los mares y tierras del mundo; ella, presuntamente viuda, resistió fielmente día y noche, con sutiles artimañas, los intentos de sus pretendientes.

En la Biblia abundan otros ejemplos, que conmovían el corazón de los primeros israelitas convertidos a la fe cristiana: Abraham y Sara, que se fiaron de Dios y le fueron fieles, aunque pareciera que los compromisos de Yahvé con ellos eran una quimera. Su vida fue todo un himno a la fe que es confianza y esperanza viva (II Lectura). Fueron modelo de los discípulos llamados a vivir siempre vigilantes y activos, en lealtad a su Señor de quien esperan el regreso y que les regalará una alegría impensable: «Dichoso el criado a quien su señor al llegar lo encuentre en vela…» (Evangelio).

El Pueblo de Israel y la Iglesia saben que Dios no falla, porque es Alguien cercano y mimoso con el grupo que Él se escogió como heredad. Somos la niña de sus ojos, es nuestro auxilio y escudo, de él no obtendremos más que misericordia (Salmo). Por eso, el pueblo se muestra esperanzado, agradecido, solidario, lleno de gozo que estalla en himnos que recuerdan las maravillas que Dios ha hecho con y para él (I Lectura). Una de estas es la glorificación de la mujer María de Nazaret, su Asunción, que celebraremos el próximo jueves.

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