Diario de León

HISTORIA DE LEÓN EN LA FARMACIA

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Casi escondida entre una confitería y un cajero automático en la avenida de Ordoño II, la farmacia de Mata Espeso es un pequeño gran cofre de recuerdos de la historia de León, repleta de pequeños frascos con medicinas, de microscopios ópticos, de jarabes e incluso pesas de principios de siglo.

Y es que esta botica ha sobrevivido por más de dos centurias en varias ubicaciones y propietarios, siempre en el centro de la ciudad. De hecho, ya estaba aquí antes de que las tropas francesas, en su fingido paso inocente hacia Portugal en 1808, arrasaran con el patrimonio de la ciudad y las propiedades de muchos de sus habitantes.

«Por aquel entonces toda la vida comercial de León se concentraba entre la catedral y la plaza Mayor», relata Aurora, hija de Concepción, la titular del establecimiento desde los años 60 hasta que se jubiló en 1997.

Mientras la ciudad no creció hacia el ensanche a principios de siglo a través de Ordoño II, la farmacia se instaló primero en la plaza de San Martín, y luego en la confluencia de las calles Cardiles, del Pozo y Platerías. Y, finalmente, el entonces propietario Jacinto Peña se mudó desde la calle de San Agustín hasta el actual emplazamiento junto a la plaza de Santo Domingo.

Pero no sólo cambió de ubicación en aquel 1926, sino que cuando Concepción tomó posesión de la farmacia en los años 60, su marido Emilio, abogado de profesión, insistió en demoler el viejo edificio y construir uno nuevo, una obra que luego fue Premio Nacional de Arquitectura. Aun así, la casa ‘gemela’ con la que nació aún se conserva a la izquierda, casi encajonada entre bloques de tantas plantas.

De toda la vida

Dos hermanas, Carmen y Ana Fernández de Mata Espeso, actuales titulares de una farmacia en la que también colaboran Concha y Aurora, muestran orgullosas el lema de «Casa fundada en 1807» que preside la puerta que da acceso al laboratorio de su botica.

Ese laboratorio fue el primero que hubo en León, y las hermanas relatan cómo tenían «literalmente una cocina encendida 24 horas al día», para poder atender cualquier urgencia, «y tener listas las fórmulas magistrales lo antes posible».

La palabra «primer» se repite mucho en la conversación con Concepción de Mata Espeso. La primera desinfectadora eléctrica de León llegó a este negocio, como también una destiladora eléctrica «de mil ochocientos noventa y tantos», asegura la matriarca, con la que servían de agua destilada a los bares, quienes la necesitaban para poner en marcha las cafeteras.

Fue, además, la primera de la ciudad que recibió penicilina traída de Estados Unidos, y también la primera en tener audífonos en la ciudad. «Eran tan buenos que aquella marca cerró de lo poco que se gastaban», bromea Ana.

Y, aunque ya no se puede prometer que sea de las más antiguas, sí que llama la atención de todo el que entra un tallado de madera de nogal realizado en el siglo XVIII, cuyo significado artístico no se conoce. A cambio, Aurora presume de material: «Lo que sí te puedo asegurar es que estos picadores hechos de piedra de Boñar son casi únicos», sin olvidar uno de los primeros microscopios electrónicos que hubo en España.

La firma de Ramón y Cajal

Entre toda la suerte de instrumentales y pequeños frascos que se guardan como si fuera un museo dedicado a la química, se conserva también una foto enmarcada y dedicada. «A veces nos preguntan que si era nuestro padre», ironiza Carmen. Pero no. No es una retrato de su progenitor, Emilio Fernández, si no de Santiago Ramón y Cajal, el primer Nobel de Medicina español.

Además, junto al hombre que revolucionó la neurociencia a principios del siglo XX, hay una pequeña dedicatoria suya, que habrá muchos que quieran traerla a la actualidad, cuando al ‘carro’ de la cultura muchas veces le sigue faltando la rueda de la ciencia.

La cita reza así: «Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia».

En suma, en la «excepción» declarada por José Ortega y Gasset que fue la obra de don Santiago en la historia de la ciencia en España, también se podría incluir a una de las pocas personas que a finales de los años 40 acudían a la Facultad de Farmacia en la madrileña Ciudad Universitaria: la matriarca de los Mata Espeso, María Concepción, que por casi cuarenta años administró la farmacia más antigua de León. Y parece que lo seguirá siendo por varios años más.

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