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El rebaño de Jesús Garzón atrajo al vecindario que acudió a despedirlo al puente. MARCIANO PÉREZ

León

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Las ovejas de la Asociación Trashumancia y Naturaleza salieron de Valverde de la Sierra mientras la niebla que había convertido el valle en un mar se apartaba para abrir el paso al rebaño. Ya se van los pastores...  

Dos meses y veinte días después de llegar a los puertos leoneses del Espigüete emprenden, remolonas, el camino a las dehesas madrileñas donde pasarán el otoño, el invierno y parte de la primavera. «Les cuesta, están apegadas», comenta el pastor, Juan Miguel Díaz Sánchez, un extremeño de 42 años que a los 17 ya subía a los puertos de Babia con ganado desde Badajoz. Las vías pecuarias, protegidas desde el siglo XIII por el Concejo de la Mesta, permiten que sea posible la trashumancia a pie en el siglo XXI.  

La provincia de León es uno de sus últimos reductos. Cerca de 30.000 ovejas se mueven dos veces al año de las riberas y los páramos hasta los puertos de montaña. Es la llamada trasterminancia.  

La trashumancia —desplazamiento de los ganados por más de 200 kilómetros o entre al menos dos comunidades autónomas— se hace en la mayor parte de los casos con camiones. Pero aún quedan rebaños que van a pie. Entre Andalucía y Teruel, sobre todo, y este rebaño que tardará 30 días en llegar a Madrid y tomar la Castellana con el tradicional desfile de merinas. No es un paseo folclórico. Reivindica la importancia de conservar esta tradición milenaria, que es Patrimonio de la Cultura Inmaterial de España, y busca serlo de la Humanidad, sus efectos sobre la economía rural y el medio ambiente.

Las ovejas son sembradoras de biodiversidad. Prendidas en su lana portan semillas como la del trébol subterráneo que arraigó incluso en Australia con las primeras importaciones de merinas que se hicieron en el siglo XVIII desde las Antípodas. Pero, sobre todo, las llevan en sus estómagos.

«Cada oveja lleva a diario cinco mil semillas en su estómago. Cinco millones un rebaño de mil ovejas y diez uno como el nuestro, de casi dos mil», comenta Jesús Garzón, impulsor de esta cabaña andarina desde 1992 con la Asociación Concejo de la Mesta. «Hemos cooperado desde entonces con más de 300 pastores para recuperar la antigua cultura trashumante, recorriendo casi 90.000 kilómetros de vías pecuarias por toda España con unas 325.000 ovejas, cabras y caballerías».

La dispersión de las semillas y del estiércol que dejan por el camino —3 kilos por oveja al día— «favorece la adaptación de la biodiversidad al cambio climático, la lucha contra la erosión, y aumenta el potencial de los pastos como sumideros de carbono», argumenta.  

La decadencia de la trashumancia ha generado problemas ecológicos como son «el sobrepastoreo» en las dehesas extremeñas, razón por la que este rebaño ha encontrado un refugio invernal idóneo en Madrid. En la montaña, el abandono e invasión de los pastos por los arbustos «aumenta el riesgo de incendio».

Los rebaños trashumantes, en cambio, ahorran pienso, cada vez más caro, y reducen la competencia por los cereales y el agua que hacen falta para la humanidad. Así lo ha dicho la ONU al pedir a los países desarrollados que promuevan el uso de recursos naturales, pastizales y hojas para los animales.

Las merinas despiertan expectación por donde pasan. A la llegada del rebaño ayer a Besande, vecinas y vecinos del último pueblo leonés que pisaron y pastaron antes de adentrarse en territorio palentino, se arremolinaron en el puente sobre el río. Querían verlas pasar por el pueblo, pero esta vez siguieron su camino por la vega paralela a la carretera hasta Las Portillas. «Si hace falta barremos nosotras», dicen las mujeres. Se van los pastores, aunque la sierra ya no quede oscura. También se presentó la Guardia Civil. Una pareja del cuartel de Riaño. El paso de las merinas tiene que ser supervisado por las subdelegaciones de Gobierno y por las oficinas veterinarias que dan las guías.

La enfermedad de la lengua azul, declarada en 2005, frenó en León el peregrinaje trashumante a pie desde Extremadura hasta los puertos leoneses. En 2017 retomaron el camino por las cañadas leonesas. Volverán a Valverde de la Sierra.

Volverán a pesar de que las cañadas, perfectamente dibujadas en el Google Earth y los GPS que llevan los mansos (machos que guían el ganado), «no están señalizadas en Castilla y León», lamenta Jesús Garzón. «Deslindar, amojonar, expropiar es complicado, pero qué menos que poner una señal», apostilla. Se queja de «descoordinación» entre administraciones y grupos de acción local que «se gastan miles de euros en señalizar caminos y rutas que van por vías pecuarias» y las ignoran. En España hay 125.000 kilómetros de cañadas, cordeles y veredas, 26.000 en Castilla y León y 2.300 kilómetros en la provincia leonesa.

La falta de agua es otro problema. Las ovejas precisan abrevaderos cada legua —6 kilómetros—. «Nadie va a echarse al campo a hacer 1.500 kilómetros si se le va a morir el rebaño por el camino», señala el mayoral. Las aguas de ríos y cauces no son seguras por la contaminación. Por último, estima convenientes algunos refugios para hacer más llevadero el largo camino. Otra idea que lanza es plantar árboles cada 100 metros que marquen una línea de referencia en el horizonte para marcar el camino.

El relevo generacional es otra incógnita. Sergio Sánchez Toledano, un chico de 25 años, de Chillón, Ciudad Real, se incorporó este verano. Ayer inició su primer viaje de trashumante. «Vine el 1 de julio y me ha gustado, espero volver», comenta. Juan Miguel Díaz Sánchez, el pastor titular, comenta que la recuperación de este oficio pasa por las mujeres. «Habláis de los pastores, pero las mujeres han sido las que han soportado durante siglos la carga de quedarse en casa con los hijos, las gallinas, el huerto y los problemas», sentencia. Se van los pastores, aunque las zagalas ya no lloran... Las que quedan atienden, con sus maridos, rebaños propios. Juan recuerda a Violeta, Arancha, Covi... Bravas pastoras.