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Publicado por
León

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Mientras talibanes y enviados de Estados Unidos negociaban en Catar, en las calles de Kabul Omaid Sharifi, fundador del colectivo de artistas ArtLords, ponía en marcha una campaña para recoger cartas en las que pedía a los jóvenes que escribieran sus «sentimientos más profundos». Colocaron seis buzones, decorados con grandes corazones, en escuelas, universidades y cafés de la capital, y en apenas dos semanas recibieron trescientas cartas en las que el mensaje más repetido rezaba: «Queremos paz». Sharifi nació «durante la invasión soviética». «La guerra civil entre los muyahidines me robó la niñez y mi adolescencia se esfumó en el conflicto con los talibanes. Nunca he tenido la sensación de vivir en paz y ya vale, necesitamos un descanso», reflexiona el activista.

Mientras Sharifi y su equipo recogían las cartas y planeaban extender la campaña a otras ciudades se produjo una noticia inesperada. Después de nueve rondas de contactos en Doha y cuando el pacto ya estaba prácticamente cerrado, Trump anunció vía Twitter que suspendía las conversaciones tras un atentado talibán en Kabul en el que murió un soldado estadounidense, el número 16 en este 2019. «Lo primero que me vino a la cabeza es que llega el momento de que el proceso de paz tenga en cuenta la principal demanda de los afganos: un alto el fuego», explica Sharifi desde Kabul. Un punto tan importante para los afganos, como secundario para el equipo negociador de Trump en todos estos meses.

Los insurgentes respondieron a la ruptura unilateral estadounidense con la conquista de un nuevo distrito al norte de Afganistán, Yangi Qala, en la provincia de Takhar, y ya son seis los que controlan en esta parte del país en las últimas semanas. Un nuevo golpe de fuerza sobre la mesa de un grupo cuyo gran bastión es el sur del país y que se quedó «sorprendido» por la decisión de Trump porque «ya teníamos el acuerdo cerrado», declaró a la cadena Al-Jazeera el portavoz talibán en Catar, Suhail Shaheen, la persona que se encarga también de difundir comunicados del grupo en las redes sociales. Shaheen aclaró que «nunca negociamos con ellos un alto el fuego», los puntos claves del acuerdo eran «el final de la ocupación» y «la obligación de respetar una retirada de sus fuerzas segura y sin ataques». Ahora todo queda en el aire y Shaheen advierte que «sin un acuerdo previo, no habrá pasillos de seguridad paras las tropas extranjeras que decidan salir».

Desde el final de la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF, por sus siglas en inglés), que acabó en 2014, quedan unos 22.000 soldados extranjeros desplegados en el país en el marco de la operación ‘Apoyo Decidido’, 14.000 de ellos estadounidenses. Ésta es la guerra más larga que ha librado su Ejército y hasta el momento ha sufrido más de 2.400 bajas.

No al acuerdo

La sorpresa de la que hablan los talibanes fue tan grande como el apoyo entre los afganos a la ruptura del diálogo, ya que, según una encuesta realizada por el canal nacional Tolo, el 76% de los encuestados calificó de «decisión acertada» la medida del presidente de Estados Unidos. «Durante todo el proceso de negociación los talibanes han intensificado sus operaciones en todo el territorio y los atentados en Kabul para intentar obtener lo máximo de los estadounidenses. En el fondo, la guerra que se libra es entre su modelo de Emirato Islámico y el de la República que hemos levantado desde 2001. Como demostró la encuesta de Tolo, los afganos podemos criticar la corrupción masiva de las autoridades, pero apoyaremos a la República antes que volver a vivir bajo el Emirato», apunta Nasser Noorzad, analista local que sigue muy de cerca todo el proceso de Catar y que recuerda que el país tiene una cita con las urnas el 28 de septiembre para elegir presidente, unos comicios que ya se han tenido que retrasar en dos ocasiones.

«Siempre fue complicado saber cómo el acuerdo podía llevar a la paz, pero es aún menos claro saber lo que nos espera ahora. ¿Intensificará Trump sus operaciones militares u optará por una retirada unilateral? Los talibanes conservan su capacidad militar, pero de esta forma lo único que van a conseguir es más violencia, nada más», reflexiona en su último artículo Kate Clark, del ‘think-tank’ especializado Afghanistan Analysts Network.

Dieciocho años después del inicio de la invasión de Estados Unidos, los talibanes han ido ganando terreno y ya son 64 los distritos en el país, repartidos en 19 provincias, que el Gobierno del presidente, Ashraf Ghani, considera «ingobernables» debido a la amenaza insurgente. Algunos de ellos cambian de control de forma temporal cuando el Ejército es capaz de organizar contraofensivas, pero viven en permanente inestabilidad. En otros, aunque hay presencia gubernamental, han logrado poner en marcha administraciones paralelas a la sombra que asumen las funciones que debería ejercer el órgano vinculado a Kabul y se encargan de las escuelas, de la electricidad. como hacían hasta 2001. Fuentes de seguridad estadounidenses y afganas elevan a 70.000 el número de combatientes activos que pueden tener unos talibanes que, desde mayo de 2016, combaten bajo el mando de Hebatulá Ajundzada. Se trata de un líder de un perfil más religioso que militar, que tendría entre 45 y 50 años y es natural de Kandahar, el auténtico bastión del movimiento en el sur de Afganistán. En los últimos años ha sido el responsable de la mayoría de fatuas (edictos religiosos) promulgadas por los talibanes en el país y los expertos consideran que con su designación, aprobada por unanimidad en la shura (consejo formado por unos treinta miembros), servirá para reforzar la unidad de un grupo que había sufrido divisiones internas durante el mandato de Ajtar Mansur, quien durante dos años ocultó la muerte del mulá Omar y mandó en su nombre. Mansur murió en un ataque selectivo realizado por Estados Unidos.

Ajundzada es miembro de la tribu Noorzai, una de las más importantes de Kandahar, y es uno de los históricos de la jerarquía talibán desde la época del mulá Omar, lo que hace que sea una figura respetada a nivel interno. Según un informe de Naciones Unidas, ocupó el cargo de lo que podría equivaler al ministro de Justicia hasta el colapso del régimen fundamentalista en 2001.

El hijo del mulá Omar Sus dos lugartenientes principales en la cúpula de mando son Mohamad Yaqub, hijo del mulá Omar y un candidato importante de cara al futuro para liderar el grupo, y Sirajuddin Haqqani, cabecilla de la temida red Haqqani, responsable de algunos de los ataques más sangrientos que ha sufrido Afganistán en las últimas dos décadas.

En las negociaciones de Doha también se ha podido ver a figuras históricas del grupo como Muhammad Fazl y Khairullah Khairkhwah, dos de los cinco presos de Guantánamo liberados en 2014 en el intercambio entre Estados Unidos y el grupo insurgente, que puso en libertad a cambio al sargento Bowe Bergdah después de cinco años cautivo. «Tienen un control fuerte del grupo, como demostraron durante el alto el fuego temporal (durante la festividad del Eid al-Adha en 2018 y que duró tres días) a nivel nacional y que miles de combatientes respetaron», apunta Johnny Walsh, exasesor del departamento de Estado estadounidense en las conversaciones de Doha, en declaraciones recogidas por ‘The Wall Street Journal’.