DESTINOS
La ciudad de los tres nombres
Existe una manía que por similitud, exceso o defecto en no pocos casos, pretende recordar algunas ciudades uniendo su nombre al de otra. A esta, entre casos repetidos en más ocasiones, la llaman «La Venecia del Norte», «La Perla del Báltico»… Y, sin embargo, San Petersburgo es única e irrepetible. Es evidente que la historia explica no pocos aspectos de las ciudades. La de esta es intensa, curiosa y dramática y está llena de sus rastros. No hará falta recordar, por ejemplo, que allí surgió la revolución rusa, que cambió el destino del país. Como cambió de nombre –Petrogrado, Leningrado, San Petersburgo— por los propios vaivenes que la mella histórica ha ido escribiendo en ese espíritu que la define e identifica. De forma coloquial, hoy sus habitantes la denominan «Píter».
Fundada en 1703 en una extensa llanura como una ciudad soñada por los zares –Pedro el Grande y Catalina II la pensaron luz y guía de Rusia y Occidente—, llegó a ser durante más de doscientos años capital de la nación, lo que puede explicar en parte su crecimiento, hasta rondar en la actualidad los cinco millones de habitantes. Hoy el viajero, que encuentra aquí uno de los destinos más en alza por la singularidad que atesora, deberá conocer, como primera medida, el trazado urbano, un punto de apoyo siempre necesario para conocerla y seguramente para valorar lo grandiosa y sorprendente que resulta. Después descenderá a los detalles, inagotables. Si tuviese la posibilidad de contemplarla desde las alturas, rápidamente podría entender la belleza del laberinto del agua y la arquitectura –una verdadera sinfonía de piedra—, que es la fórmula de convivencia de esta que alguien también ha calificado como ciudad anfibia. «San Petersburgo –escribió Brodsky— es la ciudad del agua y el agua puede ser considerada como una forma condensada del tiempo».
El todopoderoso río Neva y otros, además de infinidad de canales, algunos artificiales, vertebran la ciudad, con unos cuatrocientos puentes, míticos muchos y enigmáticos, como en el que asesinaron al célebre y controvertido Grígori Rasputín, también conocido como «el monje loco». Algunos de esos puentes se levantan de noche para dar paso a barcos de gran tonelaje, momento que no pocos viajeros y turistas aprovechan para la visita convertida en espectáculo y una mirada diferente sobre una ciudad con las luces reflejadas en el agua. Hasta es posible, y son muchos quienes así lo creen, que San Petersburgo se aprecia mejor desde el agua, puesto que deja ver su extraordinaria riqueza y, al mismo tiempo, sirve de referencia orientativa para descender posteriormente a lo que cada cual tenga en su declaración inicial de intenciones. El río forma por aquí un delta, lo que explica también la presencia de pequeñas islas. Y como en esta ciudad, supongo que en todas, está permitido y se puede soñar, uno lo hace con la compañía de Dostoyevski, que se inspiró en situaciones y personajes de los lugares en que vivió por estos lares ciudadanos, que no fueron pocos, pues, a pesar de ser noble, era de pocos posibles, y, al no poder pagar el alquiler, lo echaban de una casa y otra. Y hoy, gloria nacional, en esta ciudad literaria –Gógol, Pushkin, Ajmátova, Tolstoi, Pasternak, Nabokov…—, algunos con museo que merece la pena.
Viajo por el río y por diferentes canales. Ahora estoy convencido de que contemplar San Petersburgo desde el agua merece la pena. Es contemplar muchos teatros y museos –El Ermitage, uno de los más importantes del mundo, imprescindible—, palacios de suaves colores que se acentúan en las iglesias y catedrales, jardines que invitan a mirar a una y otra parte, muchos con exquisita rejería, como el Jardín de Verano, que se convierte en ejemplo. Y muchas cúpulas y agujas. Un decorado lleno de equilibrio, proporciones y armonía. Clásicos cafés con esencia. Avenidas inmensas…
-Algo tuvo que ver en todo esto –apunta Tatiana Lobánova— el arquitecto español Agustín de Betancourt. Sus restos descansan hoy cerca de algunas glorias rusas, como Dostoyevski, en el pequeño y coqueto cementerio de Tikhvin.
Tomo nota.
Antes ya me había advertido:
-Si no te has dado cuenta aún, el clima húmedo y frío, triste a veces, invita al desarrollo de sus interiores, y por esa misma razón somos tan amantes y amigos de las flores, que forman parte de nuestra vida. También ciudad y naturaleza se dan aquí la mano.
No debería olvidar que otra forma de traslado es el metro, no tan impactante como el de Moscú, a no ser la decoración de la época stalinista y la profundidad, que alcanza el centenar de metros, debido a las tierras pantanosas en que se asienta la ciudad.
Dejo aquí mis primeras impresiones. Después sabría con cierta precisión que no hay fin visitando la ciudad de los tres nombres.