El hijo del italiano

alfonso garcía

Mateu crece en una familia rota y siempre luchó por salir de aquel ambiente y la miseria que en él se respiraba y vivía. A la muerte de su madre comienza a hacerse preguntas, «porque me faltaba un padre y eso quería decir que no conocía mi pasado. Muchas veces había sentido la tentación de preguntar a mi madre, sobre todo cuando en sus últimos años de vida se había trasladado a vivir al lado de casa, pero no me atreví a hacerlo. Antes, estas cosas no se hablaban, sobre todo entre madre e hijo». Es entonces cuando se decide a hacer un viaje en busca de su propia identidad, decidido a saber qué ocurrió a aquel marinero italiano que, a raíz del hundimiento del acorazado Roma de la marina italiana de guerra —9 de septiembre de 1943—, se había refugiado en Caldes de Malavela junto a «aquel millar de jóvenes que les habían revolucionado el pueblo y que a ratos las habían ayudado a soñar a pesar de la crueldad insoportable de la posguerra». En esta búsqueda Mateu rehace su propia historia y la de su familia, moviéndose en diversos escenarios que van dibujando con creciente interés los perfiles de la misma. Entreverado con ella, el escenario de una época, la vida de pueblo en aquellos tiempos y la convivencia con aquellos marinos italianos, con fidelidad al contexto histórico, algunos de cuyos episodios son producto exclusivo de la ficción del autor. Sea como fuere, lo cierto es que la tensión narrativa, tan necesaria en una buena novela, y esta lo es, fortalece el desarrollo hasta atrapar al lector.

Con distintas voces narrativas e historias dentro del propio hilo argumental, con la incorporación de distintos personajes bien perfilados y el desarrollo de la acción en breves capítulos que nos pasean por épocas distintas, el gran acierto de la obra es, a mi juicio, la fluidez y sencillez narrativas. Estas cualidades, tan difíciles en tantas ocasiones, amenizan, y cómo, la lectura.