Bestiario leonés
El ciervo
El otoño es ocre, huele a tierra mojada y suena a berrea en las montañas Cantábricas.
Es durante esta estación con la llegada del equinoccio cuando el celo de los ciervos rojos (Cervus elaphus), más conocidos como venaos, se convierte en espectáculo. Las cuernas, sólo las tienen los machos y los más fuertes, las presentan llenas de puntas. Son una señal honesta de su fuerza y su capacidad para defender un territorio en el que haya varias hembras. Pero también lo es la potencia en decibelios de sus berridos. La selección sexual favorece el tamaño de la cuerna y el número de puntas en los machos, es decir aquéllos machos con mayor cornamenta, más simétrica y con mayor número de puntas, se aparearán con más hembras y dejarán sus genes para la próxima generación. Así, un carácter que en principio podría suponer una dificultad para la supervivencia en los bosques, ya que implica un mayor gasto de energía y una peor movilidad, pasa a cobrar sentido y a seguir las leyes de la selección natural de Darwin. Sin embargo, la caza de trofeos, que da muerte precisamente a estos grandes machos, impide que transmitan sus genes a las futuras generaciones con la misma frecuencia con que lo harían si se les permitiera morir de viejos.
Defenderán, los machos, el territorio y berrarán haciéndose notar frente a otros machos cercanos y, a cambio, algunos conseguirán un harén de hembras y un mayor número de cópulas. Las hembras, seleccionarán ese macho que es capaz de berrar más alto, que tiene una mejor cornamenta o que no necesita luchar con otros machos porque todos los otros saben que es el más fuerte y que perderían la batalla. Como estos machos están mejor adaptados a su territorio y podrán sacar adelante más crías, éstas heredarán parte de los caracteres de los padres y aumentará su frecuencia en la población. Y así es cómo funciona la selección natural.
Pero la berrea no siempre se escuchó en los montes cantábricos. Hasta los años 50, el otoño era mudo en nuestras montañas. Los ciervos, hoy tan abundantes, fueron cazados hasta su exterminio algunos siglos atrás y, de nuevo reintroducidos hace ya varias décadas en las montañas de la Reserva de Saja (Cantabria). Desde allí, y tras otras reintroducciones pasaron a estar presentes en la mayoría de la Cordillera y a ser una de las estrellas más buscadas por los cazadores entre los trofeos de caza. De ahí, que sea el único que conserve, además, el nombre de Venado. Nombre que hasta el siglo XIV se asignaba a todo animal que fuese objeto de la actividad venatoria.
Los encontramos en los bosques pero cerca de los praos, los pastizales y el matorral dónde se mueven mejor y encuentran el alimento que más les gusta. Y si el invierno no ha hecho de filtro natural o los lobos no coinciden con ellos en sus territorios, las densidades pueden ser muy altas y dejar su huella en las plantas del sotobosque. Su acción puede ser tan intensa que llegan a modificar las comunidades de plantas o incluso de animales y hasta el terreno, el suelo, los nutrientes de los sitios en dónde están, por eso, los científicos los llaman ingenieros ecosistémicos.
Los ciervos, amantes de otoño, cuya huella dibuja dos lunas enfrentadas, una creciente y otra menguante, son además el segundo animal más grande de nuestra fauna.